20 años del incendio de La Riba de Saelices: "Pudimos correr, una opción que no tuvo el retén de Cogolludo".

Voluntarios, protagonistas y expertos echan la vista atrás y recuerdan, sin mucho esfuerzo, uno de los momentos más difíciles de sus vidas. El incendio que marcó la provincia de Guadalajara para siempre. 

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Nacho Rodríguez de Tapia

Guadalajara - Publicado el

5 min lectura

El 17 de julio de 2005, una densa columna de humo oscuro se alzaba sobre el pinar del Valle de los MIlagros, mientras toda España observaba con angustia. Ese día, once personas perdieron la vida en el que sería el incendio forestal más letal del siglo XXI en nuestro país. Formaban parte del retén de Cogolludo y hoy, en el lugar donde cayeron, una placa recuerda sus nombres: Manuel Manteca, Luis Solano, Sergio Casado, Marcos Martínez, Julio Ramos, María Mercedes Vives, Jesús Ángel Jubrías, Alberto Cemillán, José Ródenas, Jorge César Martínez y Pedro Almansilla. Atrapados por el fuego, murieron en acto de servicio, mientras el incendio arrasaba 13.000 hectáreas de monte, incluidas 3.000 dentro del Parque Natural del Alto Tajo.

El fuego comenzó por una barbacoa. Unos excursionistas que venían de ver los grabados rupestres de la Cueva de Casares encendieron un fuego en las barbacoas fijas instaladas por la Junta de Castilla-La Mancha. Eran alrededor de las dos de la tarde cuando una pavesa, una chispa, un descuido acrecentado por la sequedad y el viento, prendieron fuego al monte.

El fuego quemó 13 mil hectáreas

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“Nosotros estábamos en Sagunto y desde la salida de Teruel se veía la columna de humo”, recuerda Miguel, vecino de Guadalajara. “Fuimos por la carretera de Molina viendo el incendio”. Los vecinos de Guadalajara, 20 años después, saben que el impacto de las llamas ha dejado huella también en sus recuerdos. Lucía Enjuto, alcaldesa de Mazarete desde antes del incendio, estaba comiendo cuando la avisaron: “Una vecina me tocó a la ventana y me dijo que estaba saliendo muchísimo humo del pinar”, asegura. “Mandé a unos pocos con el coche hacia la zona y me llamaron diciendo que había un vendaval de fuego y que venía hacia el pueblo”.

En esos momentos, Lucía, como alcaldesa y como vecina, tuvo que tomar muchas decisiones. Ahora, con el tiempo, el recuerdo “sigue muy presente, lo tienes grabado en la memoria, no se te olvida”. En ese momento, “al principio no supe qué hacer”, reconoce. “Toqué ‘a fuego’ en las campanas del Ayuntamiento y una vecina que trabajaba en Protección Civil me dijo que habría que preparar a los vecinos para evacuar, y eso hicimos”.

"era un vendaval de fuego que venía hacia el pueblo"

Evacuar no es una palabra agradable: supone dejar tu casa a la suerte de las llamas y salir con apenas una mochila. “Si cierro los ojos, puedo revivir todo con detalle”, asegura Lucía. “Hice decenas de llamadas al 112 y recuerdo que oí que decían: ‘ya llama la loca’”.

Han pasado 20 años, pero no son suficientes ni demasiados para olvidar. En el campo, si vas al Valle de los Milagros, a lo que queda del pinar, la cicatriz del fuego todavía se ve. Los vecinos de la zona señalan hasta dónde llegaron las llamas, que casi se comen sus pueblos. Más de una decena de municipios corrieron verdadero riesgo de arder. Algunos, como Mazarete, Santa María del Espino, Tobillos o Ciruelos del Pinar, tuvieron que ser evacuados por completo. Muchos se fueron dejando sus casas en manos de los voluntarios, quienes, como primera línea de batalla, fueron los encargados de intentar contener el incendio.

Si les preguntas ahora, todos recuerdan dónde estaban el día que el monte ardió. “Mi padre estaba cosechando a 500 metros del incendio y dio la voz de alarma”, recuerda Carlos, vecino de La Riba de Saelices. Ahora ejerce de alcalde del municipio, pero en 2005 solo era un joven más que se organizó con sus vecinos para echar una mano en las labores de extinción.

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Aquella tarde, el termostato registró temperaturas por encima de los 30 grados, como es habitual en la zona en el mes de julio, una humedad muy baja y vientos de más de 30 kilómetros por hora. Una fórmula fatal que facilitó que el fuego se moviera a 5 km/h, o lo que es lo mismo: un campo de fútbol cada 4 minutos. Jesús Salgado, de Ciruelos, recuerda cómo vieron el humo salir y fueron hacia las llamas para ayudar como voluntarios, pero “vimos el fuego y un forestal nos dijo que no había nada que hacer. Esa sensación era de impotencia, de ganas de llorar”, recuerda. "La imagen de ver el monte ardiendo no se te borra de la cabeza”.

El trabajo fue duro. "Estuvimos unas 50 horas sin dormir", asegura. “Prácticamente desde que empezó hasta que murieron los del retén de Cogolludo, porque vinieron los vecinos y el cuerpo técnico de bomberos a sacarnos de allí”. Carlos sabe que si él sigue vivo y los once miembros del retén no, es casi por azar. Se encontraba en la ladera de enfrente, y cuando el huracán de llamas tomó forma, “tocó correr”, asegura. “Nosotros pudimos salir porque estábamos en la ladera norte, que hacía sombra. El retén estaba en la sur, la ladera soleada, y no tuvieron opción”. En ese punto supo que no merecía la pena morir por el campo que le había visto crecer: "Vimos a dos personas corriendo, gritando que se habían quemado vivos, y me dije: que le den dos duros a esto, vámonos de aquí".

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La falta de medios, el modo de hacer las cosas, las preguntas de si esas muertes podrían haberse evitado todavía sobrevuelan en Guadalajara cuando se menciona el tema. El caso es que de la ceniza de estos fuegos nació la UME (Unidad Militar de Emergencias), un equipo dedicado a intervenir en emergencias como esta. También se modificó la norma con el decreto 63/2006, que regula el uso recreativo, acampada y fuego en montes, incluyendo la prohibición clara del uso de fuego.

Los años posteriores al incendio fueron de recuerdos, análisis y búsqueda de justicia. Los familiares de los once de Cogolludo exigieron responsabilidades, pero nunca llegaron. Fueron ocho años de proceso judicial, con 29 personas imputadas. Al final, la Audiencia Provincial de Guadalajara condenó en julio de 2012 a una sola: al excursionista que encendió la barbacoa que fue el inicio de todo. Dos años de prisión y el pago de una indemnización de 10,6 millones de euros por imprudencia grave.

El resto de acusados fueron absueltos.

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