OPINIÓN

Ad Libitum con Javier Pereda. Hoy: Corpus

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Antonio Agudo

Jaén - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

La solemnidad del Corpus Christi nos recuerda, después de sesenta días, el Jueves Santo. Tomás de Aquino ha expresado en el himno eucarístico “Lauda Sion” la necesidad de “alabar al Salvador cuanto más puedas y sin descanso, porque la mayor alabanza que se haga no será suficiente”. La dimensión trascendente que alcanza este misterio de fe y amor lleva a alabar a Jesús Sacramentado con alegría de corazón, con cánticos, de forma bella. La presencia del Cuerpo y Sangre de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía, continúa el Aquinate, no se conoce por los sentidos, sino por la fe, avalada por la autoridad de Dios. Por eso, la composición “Adoro te devote” expresa que la adoración a Dios escondido, oculto verdaderamente bajo esas apariencias, lleva a la vista, el tacto y el gusto a equivocarse; pero basta con el oído para creer con firmeza, lo que ha dicho el Hijo de Dios.

La piedad popular pronto comenzó a dar realce a “Ecce panis Angelórum”, convertido en alimento de los peregrinos. En 1208 Juliana de Cornillon impulsó esta devoción en Lieja (Bélgica). El papa Nicolás V dio a esta celebración el espaldarazo definitivo en 1447, al salir en procesión con el Santísimo por las calles de Roma. Esta forma de proceder tiene sentido, porque no es lo mismo sacar en procesión una imagen que a Nuestro Señor Jesucristo con su Cuerpo y Sangre, su alma y Divinidad, oculto bajo las apariencias eucarísticas. Esta solemnidad, hasta hace tres décadas, se celebraba según indica el refrán popular: “Tres jueves tiene el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Actualmente, se mantiene esta tradición en varias ciudades emblemáticas, en donde se entrelazan lo divino y lo humano, lo festivo y lo cultural, para agradecer tan sublime misterio. El Corpus Christi de Toledo se remonta a 1342, conocido por la custodia de Enrique de Arce, una pieza única de orfebrería en donde se expone a Jesús Sacramentado; a la celebración religiosa le acompañan la marcha de la Tarasca, los pasacalles del pertiguero y un desfile militar. La procesión del Corpus en Sevilla presenta su propia idiosincrasia, con los tradicionales bailes de los Seises ante el Santísimo. En el Corpus de Granada se celebra su fiesta más importante.

El Señor sale en procesión por las calles en la custodia que regaló la reina Isabel la Católica; son célebres la Tarasca y su Octava. El Santo Reino se caracteriza por su profundo amor a la Eucaristía. Así se puede comprobar en la procesión del Corpus Christi de Villacarrillo, entonces denominada Torre de Mingo Priego, que data de 1364; en el Archivo municipal consta en el Libro de las Actas Capitulares un acuerdo de 1670, que reproducimos por su significativa elocuencia: “…la villa decretó en conformidad con la costumbre que en este presente año se celebren las fiestas del Santísimo Sacramento y en ellas se gaste lo que fuere necesario…”. Aquí se refleja la fe viva popular de quienes todo lo que se haga en el servicio del Señor (mostrándose espléndidos en el culto), siempre será poco. Mediante una bula del papa, pueden efectuar la procesión por la tarde.

La procesión del Corpus Christi de Baeza se remonta a 1536, con las ordenanzas de Carlos V, como réplica del concilio tridentino contra la Reforma protestante; en su catedral se guarda la custodia de 10.745 onzas de plata, con viril de oro, realizada en 1714 por el antequerano Gaspar Núñez de Castro. En la ciudad de Jaén, acompañar a Jesús en procesión por el recorrido de nuestras calles, supone un privilegio que nos llena de emoción. Se trata de uno de los encuentros más esperados y deseados, que nos traslada a Jerusalén, cuando Jesús de Nazaret recorría las calles con sus discípulos. La cofradía de la Buena Muerte se encarga de organizar al detalle esta celebración (con alfombras preparadas con cariño por familias) que representan un derroche de fervor popular. En la fotografía, Jesús en la custodia se detiene para saludar a su Madre, la Virgen de la Capilla. Con el Doctor Angélico recitamos: “En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió el ladrón arrepentido”.

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