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Así se convirtió Israel de villano a héroe en 5 minutos

Un barranco de 30 metros de altura y dos niños jugando a la pelota junto a él. Una historia que estuvo a punto de acabar mal, pero que se quedó en una chiquillada... por suerte

Así se convirtió Israel de villano a héroe en 5 minutos

 

Miguel Palazón
@MiguelPalazon

Redactor COPE

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 22 mar 2024

La primera cicatriz es la de Israel. No es muy grave, pudo serlo, pero en cualquier caso la pretensión de este rincón de COPE.es no es contar dramas lagrimeros de portadas de periódico. Tampoco se van a evitar, si aparecen. ‘Cicatrices’ solo va a ser una esquinita para sentarse con un café y leer una historia que te ha podido pasar a ti perfectamente, que no es nada del otro mundo, pero que de alguna manera ocupa un espacio en la memoria de alguien que sigue con su vida. Porque alguna vez, mucho o poco, sangró.

Antes de adentrarnos en esta cicatriz de estreno, te propongo que le des al play a esta canción para acompañar la lectura:

Israel tiene 24 años y es periodista. De ahí que, cuando hable, transmita y te llegue. Siempre. Es nervioso, inquieto, tiene mucho de aquel niño que no paraba quieto y que, durante cinco minutos de su vida, pasó de villano a héroe, o quizá fue ambas cosas a la vez.

La cicatriz de Israel tiene lugar un verano de hace más de una década. Es, también, la cicatriz de su hermana Saray. Trasladémonos a aquel día, la situación es la siguiente: él, con unos 12 años, juega a un sucedáneo de frontenis con ella, de unos 9. Lo hacen contra una de las paredes exteriores de su casa y junto a un barranco, cuya pendiente acaba en un río, de unos 20 o 30 metros de altura (el acueducto de Segovia tiene 28, por ejemplo). Un precipicio del que ninguna valla les separa. Estamos en Culleredo, en el área metropolitana de A Coruña.

“Le pegué un zurriagazo de estos buenos, era muy bruto, y se coló la pelota en el barranco. Quedó enganchada en un árbol de la pendiente, como a unos 4 o 5 metros. Y le dije a mi hermana que si iba a por ella”, cuenta Israel, que reproduce esa pregunta que le hizo a Saray con la misma voz sibilina y astuta que, suponemos, puso en aquel momento: “¿Vas a por la pelota?”

“¿Y cómo voy a ir?”, preguntó su hermana pequeña. Israel pergeñó un plan que en su mente debía de ser brillante y nada peligroso: le ató una cuerda a la cintura con sus nulos conocimientos de nudos marineros o montañismo, y, agarrándola él desde arriba, su hermana descendía de lado. “Yo lo que quería era la pelota, era un niño”, casi se disculpa al contarlo ahora, como si lo hubiese hecho ayer.

Pero pasó lo que tenía que pasar. “De repente veo que la cuerda hace un extraño, como que el nudo está cediendo. Yo veía que mi hermana se iba para abajo, que caía de lleno. Justo en el momento en el que caía para abajo, me enganché a un árbol y la agarré de la mano”. La foto es casi como un fotograma de película, de hecho ambos, Israel y Saray, lo califican así. Una película algo larga para Israel, eso sí. “La tengo enganchada un rato. Para mí fueron horas, pero serían tres segundos”, recuerda él.

A continuación ocurrió lo que ni siquiera ellos contemplaron nunca: “La reacción fue mirarnos. Nos dimos un abrazo tremendo, lo tengo marcado, y han pasado más de 12 años. Lo tengo aquí –confiesa, tocándose el pecho-. Yo no me abrazaba con ella, me caía fatal –dice, medio en serio, medio en broma-. Era una mezcla entre ‘menos mal que no te has matado’ y culpabilidad”.

Y es que la relación entre Israel y Saray era de “amor-odio”, como la de muchísimos hermanos en muchísimas casas españolas. “Nunca me llevé muy bien con mi hermana, peleamos muchísimo”. Pero algo hizo clic ese día: “A raíz de esto hubo una época en la que no nos metíamos el uno con el otro, era tan fuerte lo que había pasado…”, indica.

Con el tiempo, la lectura de Israel sobre el asunto se ha suavizado, pero el titular que le pone a su cicatriz, como buen periodista, es el mismo que hace 12 años: “Parece mentira que tenga que pasar algo así para darnos cuenta de que nos queremos”.

En un momento de la conversación, Israel decide sacar el móvil y llamar a su hermana para que participe de esta cicatriz. Saray, estudiante de Magisterio en Galicia, cuenta su versión. Cambia en lo anecdótico, coincide en lo sustancial: "Me quedé enganchada en la cuerda, y en un momento el nudo se deshizo. A él se le ocurrió darme la mano, pero se le resbalaban los pies”, relata ella.

Cuando consiguió auparla, Saray, con aspereza cómplice hacia Israel, espeta que se dieron “el único abrazo verdadero en 21 años -los que tiene ella ahora-. Fue de película, bastante bonito”.

Sin embargo, hay una parte de la historia en el que las versiones no coinciden. Israel cuenta que le dijo que la quería. Saray, que lo que soltó su hermano, aliviado, fue un “menos mal”. En el fondo, ambas frases expresan lo mismo.

Y los padres, ¿qué?

Aunque ese “menos mal”, dice Saray, también tenía que ver con el miedo a las represalias en casa. Sus padres les tenían “prohibidísimo” acercarse al barranco. En ese momento, el padre no estaba y la madre estaba durmiendo la siesta. Callaron su secreto un año, más o menos. Cuando lo contaron, claro, la bronca fue menor, aunque sirvió para que construyeran una valla que protegiera a quien se acercara por allí. Y a ellos, para levantar un recuerdo que, por mucho que se sigan picando el uno al otro, les une.

Aquel día, hace una década, Israel casi mató y, a continuación, salvó la vida o de un accidente grave a su hermana pequeña. “Hay que demostrar a la gente que la quieres, no tener miedo a decir lo que sientes”, concluye. Con suerte, sin tener que pasar por sustos así.

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