En la primera ola del coronavirus hubo más de 50.000 muertos, en la segunda ola vamos ya por más de 11.000. Pero la muerte sigue siendo algo invisible. Alfonso Armada, presidente de Reporteros sin Fronteros, ha denunciado recientemente que el trabajo de los periodistas gráficos que quieren documentar el dolor y el sufrimiento no es fácil en este momento en España. Armada sostiene que, al hurtase las imágenes crudas de lo que supone el COVID en coste de vidas humanas, la atención y el miedo de la sociedad española ha disminuido. Síntomas, según el reportero, de que vivimos en una sociedad infantilizada que no quiere ver que la muerte forma parte de la vida.

El equilibrio es difícil de mantener. El respeto a la intimidad es sin duda necesario en una tragedia de estas dimensiones. Lo último que necesitamos en este momento es un ejercicio de exhibicionismo. Pero la imagen, con la debida discreción, puede ayudarnos a ponernos delante de los hechos. Y eso es muy necesario, porque en medio de una formidable confusión todo parece reducirse a las interpretaciones de cada cual. La invitación a volver a la realidad siempre debe ser tenida en cuenta. Una realidad, en este caso, dura y desafiante, que exige grandes respuestas porque las preguntas son acuciantes.