El pueblo de la sonrisa, así se conoce al pueblo tailandés, ha recibido con afecto y respeto al Papa. Con su visita, Francisco rubrica un camino de diálogo que se inició con Pablo VI y continuó durante el pontificado de Juan Pablo II. Las diferentes tradiciones religiosas no son obstáculo para el encuentro, sino “faros para la esperanza”, ha dicho el Papa ante el Patriarca budista. La convivencia entre budistas y católicos en Tailandia es hoy buena muestra de eso, aunque los católicos han vivido sus momentos de prueba en el pasado. La comunidad católica es pequeña, pero viva. Sus raíces se hunden en la historia que iniciaron dos misioneros dominicos procedentes de Portugal. Solo un siglo después de su llegada se creó el Vicariato Apostólico de Siam. Y eso es lo que el Papa ha celebrado hoy: los buenos frutos de un empeño misionero, también al servicio de la nación tailandesa.

Las iniciativas apostólicas de los católicos tailandeses no son pocas, en un país marcado desgraciadamente por la explotación de mujeres y niños, las redes del turismo sexual, el tráfico de drogas o las migraciones forzosas. Las víctimas de este modo de barbarie, ha recordado el Papa durante la Misa celebrada hoy, son también nuestra familia. Francisco ha concluido invitando a seguir las huellas de aquellos primeros misioneros para encontrar y reconocer alegremente los rostros de tantos hermanos que el Señor nos quiere regalar, y que aún le faltan a nuestro banquete dominical.