Una herida en el corazón

La Catedral de Nantes ardiendo es una de esas imágenes que jamás querríamos haber visto y a las que, por desgracia, nos venimos acostumbrando en los últimos tiempos y en distintas partes del mundo.

A falta de que la investigación avance y se puedan obtener conclusiones definitivas, todo indica que se ha tratado de un incendio provocado, puesto que han encontrado tres focos diferentes de fuego, uno en el órgano y otros dos en la nave. Las pérdidas estrictamente materiales son enormes. El incendio ha calcinado, entre otros objetos, el gran órgano del siglo XVII y un valioso cuadro del pintor del siglo XIX, Flandrin. La investigación está abierta y ya hay un primer detenido, un hombre que realiza labores de voluntariado para la diócesis, encargado de cerrar el templo el viernes por la noche, y que se encuentra arrestado desde este pasado sábado, dadas las incoherencias en las explicaciones que ha dado sobre lo que hizo ese día y sobre cómo cerró la Catedral.

Sean cuales hayan sido las circunstancias y posibles motivaciones del hecho en este caso, es muy preocupante la escalada de actos bárbaros que, por odio a la fe, se están desencadenando en diferentes partes del mundo.

La Catedral de Nantes es, sin duda, una obra maestra de la arquitectura, pero es sobre todo la iglesia madre de la diócesis. Como han afirmado los obispos franceses en el Comunicado que han emitido, la Catedral de Nantes es un símbolo de la fe, cuya destrucción parcial hiere ahora los corazones de todos aquellos para quienes estos edificios son lugares de oración, refugios espirituales y puntos de referencia fundamentales de su fe.

Gracias a Dios las piedras volverán a ponerse en pie. Sin embargo, la reconstrucción interior es siempre más compleja y en esa nos jugamos cimentar una sociedad con futuro, que pasa por saber apreciar cuánto de valioso hay en su espléndida tradición.