La guerra, la inseguridad personal y económica, así como la fragilidad de las infraestructuras básicas, han condicionado la vida de los iraquíes en los últimos años. Los cristianos han participado de todo ello con el agravante de una cruel persecución que les ha forzado en muchos casos a abandonar sus hogares. Sin embargo, a pesar de la crueldad de la historia reciente, han perseverado en su camino de fe. A todos ellos se ha dirigido el Papa desde la Catedral siro-católica de Nuestra Señora de la Liberación, en Bagdad, un templo que fue arrasado en un atentado terrorista hace diez años. Desde allí, Francisco ha reivindicado el valor de la perseverancia que vence al desaliento, y hay proclamado que la guerra, la violencia y el terrorismo son incompatibles con la religión.

Por la mañana, en su encuentro con las autoridades, el Papa se ha pronunciado contra el fundamentalismo que niega los lazos fraternales que unen a las comunidades humanas y que en Iraq ha llevado casi al exterminio a la comunidad yazidí y a la expulsión de miles de cristianos. Iraq es hoy un país en reconstrucción. A ello contribuyen los poderes públicos nacionales y también la comunidad internacional, pero, más aún, deben poder contribuir activamente todos los ciudadanos iraquíes y sus comunidades religiosas. Los cristianos iraquíes llevan siglos contribuyendo al bien de su nación. Su presencia como ciudadanos libres es una garantía signo de prosperidad y armonía. La convivencia entre los diversos componentes étnicos y religiosos, no sólo no debe ser un inconveniente, ha dicho el Papa, sino una riqueza para construir el futuro.