La presidenta de la Comisión Europea está “dispuesta a debatir” sobre la propuesta de suspender las patentes de las vacunas contra la Covid-19. Insuficiente respuesta a una iniciativa de Joe Biden que merecería una reacción más proactiva por parte de una Europa empujada a rectificar frente al rechazo mantenido hasta ahora. Washington y Bruselas tienen la oportunidad de salvar su mala imagen y liderar un esfuerzo mundial para cumplir o acercarse al objetivo de vacunar al 70% de la población.
Covax, la iniciativa de la OMS para distribuir vacunas en los países más pobres, no ha terminado de despegar y hace falta un impulso, sino por motivos humanitarios, al menos para prevenir nuevas mutaciones y despejar el camino de la recuperación.
No debería ser un problema resarcir a las farmacéuticas, que han contado con grandes cantidades de dinero público para desarrollar sus productos. La urgencia debería ser establecer una colaboración eficaz para maximizar la producción en las 150 plantas en el mundo con capacidad de producir vacunas, y facilitar las transferencias de tecnología para abrir otras nuevas.
Los plazos están condicionados por la Organización Mundial del Comercio, que abordará el asunto en junio. Nada impide, sin embargo, que Europa y EE. UU. se sienten ya con las farmacéuticas a trazar un plan que no admite más demora. Ni que extiendan la invitación a China y a Rusia