Susto o muerte. La urgencia de expulsar del poder en Brasil al populista Jair Bolsonaro no oculta la desazón de muchos brasileños con la única alternativa posible, el expresidente Lula da Silva. El problema no es solo la masiva corrupción con la que se asocia al Partido de los Trabajadores, que ha emborronado el propio legado de Lula. La duda es, sobre todo, si el exsindicalista, de 76 años, puede ser la solución a retos muy distintos a los que se enfrentó a su llegada al poder hace casi 20 años.

La situación económica, más compleja que entonces, es en buena medida herencia de la mala gestión de la sucesora nombrada por Lula, Dilma Rousseff. Y el Congreso ha dado sobradas muestras de que no le pondrá las cosas fáciles al futuro presidente. Con todo, es en la calle donde se prevén los mayores retos.

Bolsonaro amenaza con no reconocer los resultados electorales, y la tensión social podría hacer que parecieran un chiste los sucesos del 6 de enero de 2021 en Washington. Lula, el previsible ganador, podrá rodearse de buenos gestores que contrarresten las resistencias que su programa sigue generando en sectores de las clases medias y el mundo empresarial, por otro lado, defraudado por Bolsonaro.

En su primer mandato, Lula mostró capacidad de análisis y de adaptación realista a las circunstancias. Lo que no tendrá ni mucho menos tan sencillo es cohesionar un país fuertemente polarizado. A priori, no parece la suya la figura más indicada para este propósito, pero la única alternativa es entre él y Bolsonaro.