Uno de los síntomas más preocupantes del estado de la salud mental de la sociedad española es el alarmante incremento de los suicidios en adolescentes. Desde el año 2006 se han triplicado los casos de suicidios en esa franja de edad. En Cataluña, el pasado año se produjeron mil muertes más que el año anterior entre las chicas de menos de 25 años. Esta alarma sanitaria ha hecho que el Gobierno haya puesto en marcha el primer plan nacional contra el suicidio adolescente. Un plan en fase de investigación que implica un ensayo clínico pionero liderado por ocho hospitales españoles.

Al margen de los eventos traumáticos que inciden en la mente de los adolescentes, los factores que actúan en el aumento de los suicidios están relacionados con los problemas personales y los entornos familiares y sociales. Si bien es cierto que el confinamiento ha agudizado determinadas patologías, hay variables sociales que están contribuyendo a disparar el caso de suicidios y no solo en adolescentes. La prevención y la posibilidad de que las personas pidan ayuda, y se les acompañe en los momentos iniciales del proceso, son claves para una intervención adecuada. Pero el suicidio no es solo problema médico. Es el síntoma del fracaso de una educación que ha abandonado la pretensión de conformación moral de las conciencias y que ha perdido la capacidad de ilusionar. Una motivación que está relacionada con una adecuada oferta de sentido que dé plenitud a las necesidades del corazón y de la mente de las personas.