El ataque contra dos poblaciones de Níger, que ha causado cien muertos y numerosos heridos este fin de semana, nos pone ante los ojos la expansión del islamismo radical en el Sahel y buena parte del África Occidental. Ni siquiera la alianza militar de los países afectados, con la ayuda militar reforzada de Francia, de la ONU y de algunos países europeos, entre ellos España, tiene capacidad para impedir la actividad de los terroristas que dominan ya extensas regiones del Sahel, donde parece imposible intervenir. Se multiplican los ataques de las diversas organizaciones islamistas, entre las que destaca Boko Haram en Nigeria, con el objetivo principal de perseguir a los cristianos, radicalizar la práctica del Islam entre la población musulmana y desestabilizar a los gobiernos en el marco de una Yihad globalizada tras la derrota del llamado “Estado Islámico” en Oriente Medio.

Los ataques en Níger, donde se han celebrado días pasados elecciones municipales y legislativas, parecen responder a la promesa del candidato gubernamental, Mohamed Bazum, de aumentar los medios contra el terrorismo. Pero hay que añadir otro ataque simultáneo en Centroáfrica donde milicias rebeldes han tomado el control de la ciudad de Bangassou, en el sudeste del país, tras obligar al Ejército a huir. Una vez más se plantea la pregunta de qué hacer frente a esta violencia que busca desestabilizar el continente donde, por cierto, más crece el número de cristianos.