Los profesionales más célebres del cine español no se han venido distinguiendo por una excesiva valentía. Así ha sido históricamente, con proclamas reivindicativas revestidas de crítica social, pero casi siempre a favor de lo políticamente correcto, que alzaron en su día la voz contra la Guerra del Golfo, si les cuadraba con su discurso ideológico, pero que se cuidaron mucho de no alzarla, por ejemplo, contra los asesinatos de la banda terrorista ETA.

Ahora, un año más, han instrumentalizado la Gala de los Premios Goya. Pedro Almodóvar, herido en su orgullo, trató de justificar las subvenciones al cine español aludiendo, de manera general, a que ellos le devuelven con creces al Estado, lo que se les da, en una argumentación eficaz para el aplauso fácil, pero que así dicha, sin bajar a los números concretos, se puede aplicar a cualquier ámbito. Otros tiraron de lazos o chapas en la solapa para pedir, también con brocha gorda y demagogia, que se ponga fin al genocidicio en Gaza, pero ni un solo gesto, ni una palabra de duelo para acompañar a las familias de los guardias civiles asesinados ese mismo día en Barbate, ni tampoco la más mínima declaración de solidaridad con los agricultores y con la gente del campo que, en la línea de sus colegas europeos, se han echado a la calle en España y ha protagonizado las reivindicaciones sociales en nuestro país durante la última semana.

Triunfó merecidamente “La sociedad de la nieve”, que, además en unas semanas nos representará en los Óscars. Bien harían tantos como callan e instrumentalizan la Gala año tras año, en mirarse en el espejo de los protagonistas de la película de Bayona. Su humanidad y coraje conmueven, casi tanto como indignan las palabras y, sobre todo, los silencios elocuentes a los que otros nos tienen acostumbrados.