La quema de ejemplares del Corán ante las embajadas de Irak en Suecia y Dinamarca está suscitando una oleada de violencia en diversos países islámicos en los que las multitudes han reaccionado prendiendo fuego a las embajadas de esos países europeos.

La situación se ha agravado de tal modo que el alto representante de Asuntos Exteriores de la Unión Europea ha tenido que salir al paso para condenar las expresiones de rechazo y odio al islam y tratar de contener la expansión de la indignación de países como Turquía, que forma parte de la alianza de seguridad occidental como miembro de la OTAN. Precisamente Turquía ha levantado hace pocas semanas su veto a la entrada en la Organización Atlántica de Suecia, donde se ha iniciado esta espiral.

En el trasfondo está el crecimiento exponencial de las comunidades musulmanas en Europa, que agrupan ya a unos veinticinco millones de personas, mientras aumenta también el fenómeno de la secularidad entre la población europea. Quemar el Corán es un gesto estúpido y malvado que no resuelve ningún problema.

Para Europa, el camino sólo puede ser la integración de los musulmanes que viven en nuestro suelo en el marco de las leyes vigentes y apostando por el diálogo abierto y crítico. Los musulmanes que llegan, cuya inmensa mayoría desea trabajar vivir en paz, deben entender lo que significa una sociedad plural, libre y abierta, y un Estado laico que garantiza la libertad religiosa.

Por lo demás, Europa tiene que profundizar en sus raíces religiosas, éticas y culturales para ser un lugar de verdadera acogida, sin falsos buenismos ni absurdas barricadas. Y eso no se logra mediante algaradas que sólo generan odio e incomprensión.