Si las encuestas no se equivocan, los catalanes llegan a las elecciones de mañana domingo con desafección y falta de interés. Ese estado de ánimo seguramente se explica por la distancia entre la agenda política y las preocupaciones de los ciudadanos de a pie. Cataluña es una de las autonomías cuyos ciudadanos mantienen una percepción más negativa de sus órganos de gobierno,

El problema de la sequía podría ser un buen ejemplo de ese estado de ánimo. Los catalanes, como es lógico, están preocupados por la falta de agua ante la llegada del verano. A pocos días de las elecciones, el Govern en funciones aprobó la reducción de medidas restrictivas sin que los embalses hayan alcanzado niveles adecuados. Hace años que en Cataluña faltan políticas que, con un mínimo de previsión, permitan hacer frente a las sequías que siempre vuelven.

Algo parecido se puede decir de las políticas industriales. En un tiempo se decía que Cataluña era la Dinamarca del Mediterráneo por su capacidad competitiva, por sus servicios públicos, por la calidad de su sistema educativo. Los informes de Pisa reflejan un empeoramiento severo de la enseñanza. El Procés ha dañado los niveles de renta. Según algunos cálculos, desde 2009 hasta 2017 cada uno de los catalanes habría perdido un promedio de 1.384 euros.

Crece la desconfianza hacia los políticos y crece la desconfianza social. Sin confianza en las instituciones y sin confianza interpersonal el desarrollo es más difícil.