Pablo Hasel es un joven nacido en Lérida famoso por haber sido condenado a dos de cárcel, acusado de enaltecimiento del terrorismo. Su contribución al mundo de la música quizás no pase de unas cuantas canciones del género rap que le han hecho famoso, única y exclusivamente, por unas letras en las que demuestra su profunda admiración por ETA, el Grapo, Terra LLiure y Al Qaeda. Con eso ya está dicho casi todo.

A diferencia de otras veces, y a pesar del refugio que ha buscado en el rectorado de la Universidad de Lleida, esta vez no parece que Hasel pueda eludir la cárcel. Los Mossos de Escuadra le han detenido ayer en cumplimiento del mandato de los jueces. Sus defensores acusan a la justicia española de déficit democrático, entre ellos los líderes de Unidas Podemos. Pero la inmensa mayoría se alegra de que, en este caso, como en todos, se cumpla la ley.

Hasel ha sido condenado por enaltecimiento del terrorismo e injurias, pero también por agresión. En España no se persigue la libertad de expresión, sino la comisión de delitos tipificados en el Código Penal. Por eso llama la atención que entre los defensores del rapero nadie se detenga en estos datos, sino que se limiten a expresar su antipatía por las personas e instituciones contra las que atentan las canciones de Hasel. Antipatías o simpatías aparte, la libertad de expresión no es una coartada para violar derechos ni eludir exigencias constitucionales.