A partir del Consejo de ministros que se reúne hoy tras la remodelación del Gobierno, podremos comprobar para qué ha servido este cambio de cromos en el álbum de esta azarosa legislatura. Los cambios no van a cambiar la cruda realidad de la agenda de ingeniería social impulsada por los socios de Unidas Podemos, intocables por ahora en el Ejecutivo.

Si bien Isabel Celáa ha sido relevada, su destemplada ley de Educación ya está en marcha. Igual ocurre con la ley de la eutanasia, a la que se añadirá pronto otra reforma de la ley del aborto destinada a radicalizarla aún más y a limitar el ejercicio de la objeción de conciencia.

Seguirá, aún más reforzada, la mesa de diálogo con los separatistas catalanes, puesta de largo con los indultos del cesado ministro de Justicia. Todo, o casi todo, va a seguir igual, con ese ajuste en la fontanería de Moncloa que le ha costado el puesto al que se creía todopoderoso, Iván Redondo, tras su fracasada estrategia electoral en Madrid y sus fantasías propagandistas, que Sánchez había seguido al pie de la letra.

Puede que algún cambio se note si la destitución de la ministra de Asuntos Exteriores sirve para restaurar el diálogo con Marruecos. Pero el verdadero interrogante no es cómo se desenvuelve el nuevo gobierno, sino la renovación del propio PSOE que Sánchez quiere controlar por completo ante las próximas citas electorales.