Boris Johnson ha presentado su dimisión como líder del Partido Conservador. En una comparecencia ante el número 10 de Downing Street, Johnson ha mostrado su pesar al abandonar, ha dicho, "el mejor trabajo del mundo".

Fiel a su marca personal, no ha realizado autocrítica alguna, y ha formulado el deseo (cargado de ironía) de que los tories encuentren un líder "igualmente capacitado para llevar las riendas de Gran Bretaña en tiempos difíciles".

El primer ministro se va, pero lo hace con su propio calendario. Se va porque ya no le era posible resistir a la renuncia de 57 miembros de su Gobierno, entre los que destacan 6 miembros del Consejo de ministros y 22 secretarios de Estado. Pero antes de irse del todo, algo que hará cuando el Partido Conservador elija a su nuevo líder, ha designado a los nuevos ministros de un gabinete que él seguirá presidiendo en funciones.

Los escándalos protagonizados por Boris Johnson durante los momentos más duros de la pandemia no consiguieron forzar su dimisión. Hace un mes superó una moción de censura, pero esta semana la situación se ha hecho insostenible. Había nombrado jefe adjunto del Gobierno en la Cámara de los Comunes a un diputado acusado de acoso sexual, que previamente había desempeñado las carteras ministeriales de Europa y de Vivienda.

El primer ministro conocía las acusaciones, las infravaloró y mintió cuando fue preguntado por el caso. En realidad, ha sido su propio Gobierno el que le ha retirado su confianza. Si el inquilino del 10 de Downing Street miente, no merece gozar de la confianza ciudadana. Y, en ese caso, debe irse.