Sería muy poco decir que EE.UU. y Reino Unido ayudarán a Australia a fabricar al menos ocho submarinos nucleares de última generación. El acuerdo anunciado esta semana por las tres potencias anglosajonas supone el bautismo de fuego de la alianza conocida como Aukus y su determinación de contrarrestar el expansionismo naval chino en el sudeste asiático, incluidos posibles planes de anexión de Taiwán. La integración militar de estos tres países en la región representa un cambio estratégico de primer orden, destinado a perdurar décadas. Antes, sin embargo, el acuerdo debe superar algunos obstáculos. El primero es que habrá tres elecciones presidenciales en EE. UU. antes de la fabricación del primer submarino, con el riesgo de descarrilamiento. Otro posible efecto no deseado es que la anglo-esfera soliviante a los aliados europeos y los anime a desmarcarse de su política hacia China. Recordando el enfado de Francia por la ruptura de la venta de submarinos que tenía con Australia, el primer ministro británico, Rishi Sunak, tuvo el tacto de anunciar la pasada semana con Macron un acuerdo para crear el núcleo de una presencia europea conjunta en el Indo-Pacífico. Similar recelo podría provocar Aukus en Japón, Corea del Sur o India, actores también de gran importancia para contener a China. Sin esas alianzas, solo con submarinos, el objetivo será incomparablemente más difícil de alcanzar.