Pablo Iglesias se conduce con evidente maquiavelismo. No se trata de un juicio moral, sino de la constatación de un hecho. Tiene claro que la política consiste en la conquista del poder, y esa es su batalla. Para eso necesita un pacto con IU que le permita limitar su desgaste y rentabilizar al máximo el voto de la extrema izquierda. Y también necesita explotar la debilidad de criterio y la falta de liderazgo de la socialdemocracia encarnada en España por el  PSOE. Sus respuestas en “Herrera en Cope” han sido tan correctas y suaves en las formas, como elocuentes en su fondo. El órdago que Iglesias ha lanza al PSOE se basa precisamente en la indefinición de un centro-izquierda que debería mirar a los constitucionalistas, pero cuyos prejuicios y rigidez ideológica le echan en brazos de un partido antisistema. Iglesias ha buscado transmitir su imagen más moderada, pero no esconde que su meta final es conquistar la hegemonía de la izquierda y provocar la ruptura del pacto constitucional y de las reglas europeas. Lo increíble es que el PSOE se separe de sus colegas europeos y de sus socios constitucionales en España, para acariciar un frente de izquierdas del que sería víctima tarde o temprano.