A lo largo de la historia la Pasión del Señor coincide con el sufrimiento de las personas y sus comunidades, hoy con el de toda una sociedad confinada que llora a sus seres queridos. En este Jueves Santo, Día del Amor Fraterno, despunta el agradecimiento por la entrega de miles de personas que están dando un testimonio desmedido de servicio, en definitiva, un servicio de amor al prójimo. En la Última Cena que hoy conmemoramos, Jesucristo abre el camino a la gran esperanza que da todo su sentido a la existencia humana: la Pascua de Resurrección. Pero antes, como síntesis de los males que afligen al mundo, afrontó voluntariamente la muerte en la Cruz, en ese sublime gesto redentor de dar la vida por amor a la humanidad.

La Iglesia celebra hoy la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, y recuerda la petición expresa de Jesús a sus discípulos, en la que se reconoce al cristiano: que se amasen unos a otros, como Él los amó. El amor es lo único que no pasa, como ha recordado el Papa Francisco. El Jueves Santo nos invita a no tener miedo a la cruz de cada día, porque todo sufrimiento tiene su sentido unido al de Cristo. Esta inusual Semana Santa nos ofrece la oportunidad de alzar la vista al crucifijo y abrazar el Evangelio, como decía ayer Francisco en su catequesis. Esta será para nosotros, afirmaba el Papa, como una gran liturgia doméstica, porque no podremos ir al templo. Pero ahí están el Crucifijo y el Evangelio para contemplar y escuchar, unidos en la comunión profunda de la Iglesia.