Andrea Cuesta Díaz

Después de un viaje al norte de Laos, el periodista Josep Prat (Sabadell, 1993) descubrió una realidad que le llevaría a recorrer durante cuatro años el país y su vecina Vietnam: el rastro de las flores blancas, en alusión a las plantaciones de opio, y de la etnia que una vez las cultivó, los hmong.

Es esta etnia, desconocida para muchos, la gran protagonista de su primer libro, Los herederos del opio, la vida en las remotas aldeas de Indochina (Ediciones Península), en el que relata las consecuencias que dejó el colonialismo y las plantaciones de opio en un pueblo que vivió en la antigua Indochina, actualmente disgregada entre Laos, Camboya y Vietnam.

Pero este libro, apunta Prat en una entrevista con Efe, no es tanto un repaso de cómo la etnia negoció con el opio y se enriqueció con dinero y poder" durante el colonialismo francés o la intervención de Estados Unidos, sino sobre qué les pasa a los hijos de esta gente que cultivó la flor blanca, que son perseguidos por los gobiernos comunistas de estos países y que han perdido toda la riqueza y poder que una vez tuvieron.

Su libro, reconoce el periodista, nace de la obsesión de intentar encontrar un rastro" de lo que habían sido las grandes plantaciones de opio que todavía existían en el norte de Laos en 2006, y de las que ya no quedaba nada.

Fue a partir de este descubrimiento cuando Prat empezó a investigar a esta etnia, que luchó junto a los franceses en Indochina y con los estadounidenses en la guerra de Vietnam, y que tras acabar hace décadas esas guerras sigue siendo perseguida.

Los hmong se refugiaron en pequeñas y remotas aldeas de las montañas de Vietnam y Laos, unos países en los que Josep Prat percibió numerosas paradojas y contrastes.

Unas paradojas que se observan con las tiendas de lujo abiertas en las calles de la Vietnam socialista, mientras se persigue a los hmong por haber colaborado con Occidente, cuando ahora son estos mismos países los que abren la puerta de su cultura" a la influencia occidental.

Debido a la persecución que sufre esta etnia, Prat reconoce la necesidad de encontrar aquellos puntos de conexión que les puedan hacer gracia y pierdan el miedo a hablar con los periodistas, ya sea aprendiendo alguna palabra o escuchando su música.

Hay un miedo intrínseco por esta persecución que han vivido los hmong, explica Prat, que dice que, si como reportero se debe arriesgar, también hay que ser consciente de que estás exponiendo a gente y de que es la gente que comprometemos allí la que puede tener problemas, una vez que el periodista ha abandonado el país.

Prat se encontró con otras complicaciones en este viaje, partiendo de situaciones donde el tiempo es limitado, por lo que te pierdes partes de la historia en las que podrías profundizar mucho más, junto a algunas entrevistas que ha tenido que parar por factores de presión, por policías encubiertos que escuchan o por el miedo del propio traductor.

A pesar de todas las dificultades, para Josep Prat, el periodista debe explicar todo aquello que se encuentra e intentar cambiar la realidad con su granito de arena, por lo que, con este libro, también quiere concienciar a los lectores sobre cómo es la realidad en unos países muy turísticos más allá de las apariencias, para así conseguir que las cosas puedan ser diferentes.

De esta forma, con Los herederos del opio, Prat intenta poner luz en aquello que se ve, pero también en la situación de pobreza y miedo que viven los hmong, una realidad olvidada y escondida tras las imágenes de paisajes preciosos que buscan fomentar el turismo en estos países.