La victoria que no humilló: el gesto de nobleza que inmortalizó Velázquez en Las lanzas
El genio de Velázquez capturó un momento clave de la historia europea: la rendición de Breda. Pero su óleo, lejos de glorificar la violencia, narró una victoria marcada por la dignidad del enemigo y la caballerosidad del vencedor

Madrid - Publicado el
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La Rendición de Breda, también conocida como Las lanzas, es una de las obras más emblemáticas de Diego Velázquez. Pintada entre 1634 y 1635, este óleo sobre lienzo se conserva desde 1819 en el Museo del Prado y representa un momento crucial de la Guerra de los Ochenta Años, que enfrentó a España con los Países Bajos por la independencia de estos últimos.
La ciudad de Breda, bajo dominio neerlandés desde 1590, fue sitiada en 1624 por el ejército español liderado por el general genovés Ambrosio de Spinola, nombrado por Felipe IV como comandante supremo. Con una estrategia ejemplar y el cerco bien ejecutado, las tropas españolas obligaron a la capitulación del ejército holandés, liderado por Justino de Nassau, el 5 de junio de 1625.
El cuadro de Velázquez representa precisamente ese instante: la entrega simbólica de las llaves de la ciudad, un acto que en muchos otros contextos habría supuesto la humillación del derrotado. Pero Velázquez eligió otro enfoque. Spinola, con una mano en el hombro de Nassau, le impide arrodillarse. No hay violencia, ni rencor. Solo respeto.

EL ARTE COMO INSTRUMENTO POLÍTICO
Velázquez nunca estuvo en Breda, pero recurrió a fuentes como los grabados de Jacques Callot y pasajes de la comedia El sitio de Breda de Calderón de la Barca. Lo pintó por encargo para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, un espacio concebido como símbolo del poder militar y político de la monarquía hispánica.
Este salón era el lugar donde el rey Felipe IV recibía a embajadores y autoridades extranjeras. Para impresionarles, el conde-duque de Olivares, principal valido del rey, encargó una serie de cuadros con las principales victorias militares del Imperio. Entre ellos, Las lanzas no solo destacaba por su técnica, sino también por su mensaje: España era poderosa, sí, pero también magnánima.
La obra rompe con el estilo tradicional de los cuadros de batalla. Aquí no hay sangre ni héroes triunfales erigidos sobre los vencidos. La escena se desarrolla en un ambiente de respeto mutuo, con soldados que muestran rostros individualizados y detalles realistas. La cantidad de lanzas, que da título popular al cuadro, resalta la superioridad del ejército español, pero sin recurrir a la humillación.
Este enfoque no fue casual. Olivares quiso que el arte reforzara una imagen de España que contrastara con su progresiva decadencia como potencia global. El propio Velázquez, que conocía personalmente a Spinola tras viajar con él a Italia en 1629, supo capturar su humanidad y liderazgo con una fidelidad extraordinaria
UNA OBRA CARGADA DE SIMBOLISMO
La serie de doce cuadros militares fue realizada por varios artistas, entre ellos Francisco de Zurbarán, Juan Bautista Maíno y Antonio de Pereda, además del propio Velázquez. En conjunto, pretendían narrar una historia de poder, grandeza y mito, incluyendo referencias a Hércules como supuesto antepasado de los monarcas españoles.
Las lanzas destaca entre todos ellos por su profundidad psicológica y su sensibilidad. Los detalles, como la disparidad de lanzas entre los dos bandos o el trato digno a los derrotados, no son meras anécdotas, sino una narrativa visual perfectamente alineada con la política de imagen de la corte.
Aunque muchos de estos cuadros no pueden hoy exhibirse juntos por falta de espacio, se prevé que la restauración del Salón de Reinos, ahora en proceso como nueva sede del Prado, permitirá recuperar su disposición original y devolver a obras como Las lanzas su contexto histórico y simbólico completo.
Velázquez, sin haber pisado un campo de batalla, pintó una de las mejores lecciones de estrategia, humanidad y política de su tiempo. Y lo hizo con pinceladas de respeto.
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