¿Sabías que las joyas de la Virgen de Atocha fueron un regalo de Isabel II tras un intento de asesinato?
Un episodio clave en la vida de Isabel II llevó a la reina a realizar una ofrenda sin precedentes, dejando como legado una de las piezas más valiosas del patrimonio religioso español

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El 2 de febrero de 1852, la reina Isabel II acudía a la Real Capilla de Atocha para presentar a su hija recién nacida, la princesa Isabel, a la Virgen, cumpliendo con la tradición de la monarquía española. Durante el trayecto por la Galería del Palacio Real de Madrid, sufrió un atentado a manos del cura Martín Merino, quien le asestó una puñalada. La agresión no resultó mortal gracias a que la hoja del cuchillo se desvió al impactar contra las ballenas del corsé que vestía la soberana.
Profundamente agradecida por haber salido con vida del intento de asesinato y por la buena salud de su hija, Isabel II ofreció como exvoto a la Virgen las joyas que llevaba puestas ese día. Fue el conde de Pinohermoso, mayordomo mayor de la reina, quien actuó como donante formal de las piezas ante la imagen de Nuestra Señora de Atocha:
Joyas regias al servicio de la devoción
El encargo de fabricar las joyas fue confiado a Narciso Práxedes Soria, prestigioso platero de oro y diamantista de cámara. Tardó treinta y cinco días en elaborar el conjunto, tal como figura en una inscripción en la parte posterior del resplandor. En el proceso participaron su hijo Ildefonso y Manuel de Diego Elvira, oficial de su obrador. El conjunto incluía una corona de plata dorada para la Virgen, otra más pequeña para la imagen del Niño, un rostrillo y un halo o resplandor, todas ellas cuajadas de diamantes y topacios del Brasil.

Detalle del retrato de Isabel II (copia de Federico de Madrazo), 1847-50. Nº Inv.: 149.
Las coronas presentan un diseño simétrico, con un aro dividido en tres franjas: la central, más ancha, decorada con grandes topacios y pequeños diamantes, y las franjas superior e inferior compuestas por hileras de diamantes. De la crestería de hojas de trébol parten ocho imperiales que se unen en un globo recubierto de diamantes, rematado por una cruz.
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El halo o resplandor destaca por su cerco de diecinueve topacios montados al aire, enlazados mediante motivos vegetales con brillantes. De él parten rayos alternos de plata dorada y brillantes, y culmina con una cruz compuesta por once topacios. El rostrillo, también de inspiración vegetal, luce grandes topacios combinados con brillantes, especialmente visibles en la parte superior de perfil triangular y en la inferior.
El legado de un maestro joyero
Narciso Práxedes Soria, nacido en Madrid en 1786 e hijo del también platero Narciso Severo Soria, inició su carrera durante el reinado de Fernando VII. El 9 de junio de 1815 recibió el título de platero diamantista de cámara, y en 1823 fue nombrado primer diamantista de cámara y jefe del Real Guardajoyas. Su clientela incluía no solo a la reina Isabel II, sino también a su hermana, la infanta Luisa Fernanda, y a otras damas de la corte como la duquesa de Osuna y la de Medinaceli.

Corona de Nuestra Señora de Atocha
Uno de sus trabajos destacados fue el aderezo de brillantes y topacios del Brasil encargado en 1843 para la reina y su hermana. El conjunto de Isabel II incluía 479 brillantes y 18 topacios, y podría haber sido el mismo que lucía el día del atentado. Soria falleció en Madrid en 1854, tras solicitar permisos para tomar las aguas en Sacedón (Guadalajara).
Tras su muerte, Manuel de Diego Elvira lo sucedió como joyero y diamantista de cámara. Fue nombrado ayuda del Real Guardajoyas en 1855 y elaboró varias piezas religiosas, incluyendo una custodia para la Virgen de Atocha y coronas para otras imágenes. Falleció en 1862.