Santa Juana Nogan: atendió las pobrezas de la Revolución Francesa

Juana mira el rostro de la Revolución francesa y ve necesidad material y espiritual en la gente. Recibe ayuda de otras mujeres y fundan las Hermanitas de los Pobres, que aprobó el Papa León XIII. 

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Hoy recordamos a Santa Juana Jogan. Nace en Bretaña en 1792, en la Francia que sigue viviendo la revolución de 1789. Su padre sigue el oficio de marinero para ganarse la vida como tantos otros en ese tiempo. Recorrer el mar siempre es algo que impone, pero no para el padre de Juana, hasta que muere cuatro años más tarde de haber nacido la pequeña. La madre asume las tareas del hogar y la educación de sus hijos desde el punto de vida espiritual y humano.

En casa, tienen que hacerse cargo de todas las tareas del hogar y Juana no se queda atrás. Aprende todo esto, pero no olvida lo más importante: rezar y encomendarse cada día más a Dios. Las iglesias han sido cerradas por orden de los revolucionarios, pero llega el momento de la Primera Comunión. Cuando recibe al Señor, surge en ella un compromiso mayor. Por un lado, amar más al Señor y, por otro, un mayor empeño en las tareas del trabajo en el hogar.

En el año 1816 un grupo de sacerdotes empiezan lo que se llama la misión. La revolución ha traído consigo mucha irreligiosidad en Francia, en las calles y entre sus gentes. Tanta, que hace falta dar catequesis y hablar de Dios visitando a todos por las casas. Juana verá cómo este hecho le marca. ¿Por qué no unirse en esa labor de catequesis mostrando mayor amor por la gente necesitada que tiene a su alrededor?

Lo que iba a ser de esa forma, no se llega a producir, ya que Juan enferma. La acogen en una casa donde se repone y  profundiza más en la ayuda a los necesitados. Muchos son los pobres que llaman a su puerta. Pero no sólo gente sin recursos económicos, sino también gente que sufre por otros motivos. Se le unen varias mujeres más, y así se fundan las Hermanitas de los Pobres. Dedicadas a al atención a los necesitados, no faltan sufrimientos y cruces. La propia Juana, después llamada María de la Cruz, es apartada de su propia fundación. Regresará para recibir la alegría de ver cómo el Papa León XIII aprueba su obra. Muere en 1879 colmada de dones.

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