Radicalidad del amor a Cristo

Radicalidad del amor a Cristo
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En el evangelio de este domingo, Jesús nos propone una doble enseñanza que hemos de tener clara, no solo a nivel intelectual, sino a nivel vital:
El mismo Jesús lo expresa de esa forma: "El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10, 37).
La reflexión que nos hace cristo es que Él, su persona y su mensaje, deben ocupar para el discípulo y seguidor suyo siempre el primer puesto en su vida, el máximo interés y el amor más entregado.
No nos dice que no queramos a nuestros padres o a nuestros hijos, que indudablemente tenemos que quererlos; pero nunca debemos anteponer el amor a ellos, al amor a Cristo, a su persona y a su mensaje.
Incluso nuestro amor a Cristo debe superar el amor a nosotros mismos y a nuestra propia vida porque, si queremos salvaguardar ante todo nuestra propia vida, la perderemos.
El seguimiento de Jesús supone que en nuestra vida va a haber momentos de dolor, de sufrimiento y de cruz, que es necesario aceptarlos y vivirlos, como exigencia y consecuencia de su seguimiento. Ser discípulo de Cristo pide aceptar esa cruz, esas cruces que nos da la vida, la cruz que supone encarnar en nosotros sus mismas actitudes, porque solo quien carga con su cruz y le sigue, es digno de Él.
San Mateo en este texto habla de cuatro grupos de personas con los que nos estaría diciendo el tipo de personas que componían su comunidad: los apóstoles, los profetas, los justos y los pequeños. Los apóstoles eran, ante todo, los mensajeros del evangelio que continuaban la misión de Jesús y sus representantes, pues solo de ellos se dice: "Quien os recibe a vosotros, me recibe a mí"; pues según el proverbio rabínico, "el enviado de un hombre es como si fuera él mismo". Por eso la acogida o rechazo de los apóstoles es, en realidad, acogida o rechazo del mismo Jesús. Los profetas que ejercían un ministerio itinerante que consistía sobre todo en la predicación, los justos, con lo que designaría a los cristianos que procedían del judaísmo, que intentaban vivir en la comunidad cristiana su fidelidad a la ley de Moisés. Finalmente, los pequeños, con lo que designaría a los discípulos en proceso de maduración, que pueden escandalizarse con facilidad
Las palabras con las que termina el texto del evangelio de hoy y que cierran el discurso de misión, aplican a todos los miembros de la comunidad cristiana lo dicho de los apóstoles. Todos ellos son los enviados y a todos ellos, que componen la comunidad, se les confía la misión de anunciar el evangelio. En definitiva, la tarea de anunciar el evangelio pertenece a toda la comunidad.
Por eso este pasaje del Evangelio de San Mateo se refiere a todos ellos cuando dice: "El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa".
Cuando aceptamos al que, con su vida y con su palabra, anuncia su mensaje, es a Cristo a quien aceptamos; y, lo mismo si lo rechazamos, es al mismo Cristo a quien rechazamos.
Escuchemos, valoremos y estemos con el corazón abierto, acogiéndolos y dando cuanto necesiten porque nada de eso quedará sin recompensa para nosotros, porque Cristo mismo se identifica con ellos, que son para nosotros portadores de su vida y su mensaje.
+ Gerardo Melgar Viciosa
Obispo prior de Ciudad Real