Primera estación. Jesús es condenado a muerte
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Jesús fue condenado por los hombres de su época. Igual hoy; seguimos condenando a muchos a muerte. Las vidas más inocentes, como fue la de Jesús, están sentenciadas. Las guerras y la violencia; la pobreza y la exclusión; el paro y la precariedad laboral; la marginación y la discriminación; el racismo, la trata de personas y la prostitución, los no nacidos y los más débiles en su ancianidad. Todas estas situaciones las juzgamos de muerte para quienes las atraviesan. Jesús condenado a muerte acompaña desde dentro a todos los condenados hoy y desciende a los infiernos de la humanidad. Nadie podrá descender tanto. Nosotros, cuando experimentamos el abandono de Dios, nos refugiamos en otras realidades auténticas: familia, amigos, trabajo, descanso y servicio. Jesús, constitutivamente el Hijo, se rompe, experimentando el abandono del Padre. Como su vida se iluminó en el monte Tabor al experimentar la cercanía del Padre, aquí su vida se oscurece en la noche más profunda de la humanidad. Desde esa experiencia acompaña nuestras noches. En adelante nuestra soledad ya no será radical. Siempre estará Él.
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