Hoy en Mediodía, hemos contado tres historias de migración. La primera, la de Hilda, una peruana que visitó nuestro país por primera vez en 1990. Le gustó tanto que hace 32 años decidió volver para comenzar una nueva vida a este lado del Atlántico. En Burgos, encontró trabajo gracias a la Iglesia y en la actualidad es delegada de Migraciones de su diócesis.

Hilda conoce bien las dificultades que conlleva ser migrante. Por un lado, porque las ha vivido en sus propias carnes y, por otro, porque ha conocido a mucha gente que ha dejado su país de origen. Las experiencias que le cuenta están relacionadas, en muchos casos, con la vulnerabilidad, la pobreza y la persecución por ideología o fe.

Por desgracia, no todos los que llegan a nuestro país disfrutan una situación como la de Hilda. En Vitoria, desde hace 15 años, existe un programa que ayuda a personas que viven situaciones de extrema vulnerabilidad, especialmente a las mujeres que son víctimas de las redes de trata. Se llama proyecto Berakah y lo dirige Fidel Molina, una persona volcada desde hace muchos años con los marginados y los pobres de su ciudad, Vitoria.

El procedimiento es muy sencillo: los voluntarios se acercan a las rotondas donde estas mujeres ejercen la prostitución. Allí, les ofrecen un café, hablan con ellas, escuchan su situación, y con el paso de los años se acaban ganando su confianza. El objetivo es que, lo antes posible, abandonen las calles para ir a una casa de acogida.

Por último, hemos conocido el caso de André, un camerunés de 39 años que tuvo que huir de su país después de que mataran a dos amigos suyos de la plataforma activista a favor de los derechos de los discapacitados. André tiene una discapacidad desde los dos años porque por culpa de un medicamento perdió la movilidad de una de sus piernas. Tiene una mujer y siete hijos que aún están en Camerún y a los que intenta traer con la ayuda de las Hermanas Vicencianas de la ciudad de Sevilla, donde ha logrado montar un negocio gracias a su ayuda.