El núcleo esencial de la misión es el testimonio de que Jesucristo es el único que salva la vida y la lleva a su plenitud. Es un testimonio que se dirige a la libertad de cualquiera, sea cual sea su circunstancia vital, su matriz cultural e incluso su disposición personal. El papa Francisco nos está urgiendo a salir de nuestro contorno para encontrar a todos en sus encrucijadas, en su búsqueda o en su rebeldía.

Como se ha recordado estos días en Sevilla, en la Semana Social organizada por la CEE, vivir la fe nos empuja a implicarnos con simpatía en la construcción de la ciudad común, de la que nunca los cristianos se han sentido ajenos. Por lo tanto, también forma parte de la misión participar con libertad en los debates civiles, intentar que la convivencia refleje la verdad de lo humano, en cuanto sea posible; que las leyes protejan la libertad y el derecho de todos, especialmente de los más vulnerables. Y eso implica generar un discurso cultural a la altura de este momento histórico. Es este un desafío que han tenido que asumir los cristianos en cada época histórica, con mayor o menor fortuna.

El punto radical de toda presencia cristiana es el testimonio de Cristo vivo en la comunidad eclesial, “en el cuerpo de los bautizados”, como dijo Monseñor Argüello en su intervención en la Semana Social. Y ese testimonio da forma también a la implicación de los cristianos en la ciudad común, a sus iniciativas económicas, culturales y políticas, sin las cuales sería mucho menos habitable. Una fe viva tiende a generar cultura, pero si la cultura no nace de la experiencia de la fe, vivida en la Iglesia, se convierte en ideología.