La ONG “Puertas Abiertas” acaba de hacer público el Índice Global de Persecución a los Cristianos en el mundo correspondiente a 2023, un informe que publica desde hace 30 años, periodo en el que se ha producido un aumento dramático de dicha persecución, de la que casi nunca hablan los grandes medios de comunicación, que sólo atienden a la vida de los cristianos cuando se producen noticias escandalosas o supuestos choques de poder en el mundo eclesiástico. 360 millones de cristianos son hoy fuertemente perseguidos y discriminados, es decir 1 de cada 7 cristianos en el mundo, un dato del que se hacía recientemente eco el Papa Francisco en su discurso al Cuerpo Diplomático.

El informe de este año pone el acento en la expansión del yihadismo en el África subsahariana y se fija especialmente en Nigeria, el primer país en términos de violencia contra los cristianos: en su territorio se produce el 90% de los asesinatos y secuestros de cristianos en el mundo. Ensimismados en nuestros problemas apenas se ha mencionado el asesinato, hace pocos días, del padre Isaac Achi, quemado vivo en su casa parroquial, en el Estado de Paikoro. Un nombre más, y deberíamos llevar la cuenta con detalle, que se inscribe en el martirologio de nuestro tiempo, y Nigeria se lleva la palma como lugar en que ser cristiano puede costar hoy la vida.

¿Qué significa todo esto para nosotros, para los ciudadanos del mundo que se rige por las reglas del Derecho, y específicamente para los cristianos que vivimos aquí? Es una pregunta que nos debería inquietar y doler. Sólo un apunte: hay hombres y mujeres para los que el tesoro de la fe es la consistencia de su propia vida. Y otro más: ¿pensamos que nuestra sociedad (creyentes y no creyentes) puede dormir tranquila mientras esto sucede a cuatro horas de vuelo de nuestras ciudades?