Hace unos días, el arzobispo electo de Valladolid, Luis Argüello, habló de la Iglesia como una realidad en la que “mesa y camino” se entretejen continuamente. Se refería a la mesa de la Eucaristía, y a ese caminar juntos con el Señor para afrontar las circunstancias de la historia que nos toca vivir, que es el núcleo de la insistencia sinodal del Papa Francisco.

Este apunte venía a cuenta de la explicación de monseñor Argüello sobre los resultados de la consulta sinodal en todas las diócesis de España, que algunos medios han presentado como un catálogo de reivindicaciones sonoras, como el sacerdocio de la mujer o el celibato opcional. Además de situar estos temas en su justa dimensión y contexto, el portavoz de la CEE reconocía haber leído con detenimiento los 1.500 folios que reflejan esa consulta, y anunciaba que el tema que ha suscitado, de largo, más interés y preocupación, ha sido el de la eucaristía, aunque nadie lo haya destacado.

Esto me recordado un pasaje de la reciente carta del Papa Desiderio desideravi, sobre la liturgia, en el que Francisco dice que, si hubiésemos llegado a Jerusalén después de Pentecostés y hubiéramos sentido el deseo de volvernos a encontrar con Jesús de Nazaret, de escuchar de nuevo sus palabras y ver sus gestos, sólo habríamos podido hacerlo encontrando a la comunidad que celebraba la eucaristía. La eucaristía es el cimiento de la comunión y el alimento para el camino de la Iglesia, o sea, para la misión. Pero, por otra parte, la eucaristía es también el lugar donde necesariamente han de recalar quienes deseen encontrar y conocer realmente a Jesús, no cualquier imagen que cada uno pueda construirse de Él. Mesa y camino entretejidos: esa es la vida real de la Iglesia.