Casi todas las noticias que suelen llegar de la Iglesia en Alemania en estos tiempos suelen ser polémicas y hasta corrosivas. Por eso me fijo hoy en la apertura del Año Jubilar de San Gotardo en la diócesis de Hildesheim, cuyo obispo, Heiner Wilmer, quiere enfocar como un periodo de renovación en clave benedictina. Aquí nos suena San Gotardo por el famoso puerto en los Alpes que lleva su nombre, pero hablamos de un abad benedictino nacido en la cálida Baviera, que cuando fue nombrado obispo de la norteña Hildesheim, en 1022, se resistió diciendo: “mejor ser abad en Baviera, donde soy querido, que obispo allá arriba”, donde quién sabe lo que le esperaba. Pero el abad Gotardo obedeció, y su ministerio fue singularmente fructífero: construyó y restauró iglesias; fomentó la educación del pueblo, reformó la vida del clero siguiendo su experiencia monástica y, en un terreno pantanoso que obtuvo de las autoridades, construyó un hospital para los pobres, por los que siempre tuvo especial predilección.

El obispo Willmer propone a su diócesis un camino de renovación que sólo puede partir de un cambio interior y de una transformación en Cristo, como se ve en la vida de San Gotardo. “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”, dijo el obispo citando el Evangelio de San Lucas, refiriéndose quizás a algunas discusiones estériles en Alemania sobre la necesidad de reformar la Iglesia. “Vosotros proclamad el reino de Dios, sed misioneros, id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva”. San Gotardo no se atascó en rancias discusiones de organización o de poder, se dejó guiar por la máxima benedictina de “no anteponer nada al amor de Cristo”. Y de ahí nació un impresionante dinamismo de caridad, de cultura y de misión cuyas huellas aún son visibles. De Alemania llega también, a veces, aire fresco.