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Una paz que no agrede ni avasalla

Tiempo de lectura:1Actualizado13:58

“Apacentar quiere decir amar, y quiere decir también estar dispuestos a sufrir; amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad, de la Palabra De Dios, el alimento de su presencia”. Estas palabras del Papa Francisco en la homilía del funeral por Benedicto XVI describen bien lo que ha sido su vida entregada por la Iglesia y por el mundo. Una vida marcada por “la sabiduría, la delicadeza y la entrega”

También ha hablado Francisco de una mansedumbre capaz de comprender, recibir, esperar y apostar más allá de las incomprensiones que la misión puede provocar. Eso también describe a la perfección al hombre y al cristiano Joseph Ratzinger.

En realidad estos días han sido como él lo hubiera querido, una fiesta de la Iglesia, de la que siempre fue hijo. De una Iglesia que no está anquilosada, que cambia para permanece fiel a su origen y a su misión, de una Iglesia que se ha enriquecido, ya para siempre, con la teología, con las predicación y con el testimonio de vida de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Francisco lo ha dicho con claridad: la Iglesia le está agradecida para siempre porque ha dedicado su vida a comunicar la hermosura y la belleza del Evangelio, y lo ha hecho sin eludir la cruz en muchos momentos, con “esa dolorosa pero recia paz que no agrede ni avasalla”, con la terca y paciente esperanza en que el Señor cumple siempre su promesa, aunque a nosotros nos parezca, a veces, que está dormido.

Me quedo con el que pienso que puede ser último deseo para nosotros: que la fe vuelva a resonar en los corazones dando luz y consistencia al trabajo, a las relaciones sociales, a los afectos, a la vida cotidiana y a las grandes tareas históricas de esta hora.



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