Esta mañana, la Comisión Permanente de la CEE ha publicado una breve nota en la que expresa su profunda comunión con el Papa Francisco, recuerda que el sucesor de Pedro es principio y fundamento visible de la fe y de la comunión eclesial, y agradece sus enseñanzas al Pueblo de Dios, en continuidad con la Tradición de la Iglesia, que hacen que el Evangelio siga siendo Buena Nueva para los hombres y mujeres de hoy. Esta declaración sintética y rotunda, aprobada por unanimidad, pone de manifiesto un punto central de la fe católica que en la circunstancia actual necesita ser explicitado en voz alta.

En seguida me ha venido a la memoria una homilía del cardenal Joseph Ratzinger, pronunciada en Múnich en 1977, sobre las objeciones al papado que siempre, siempre, se han producido: "Cristo no prometió que todos los papas serían santos o genios… reconocer al Papa es precisamente reconocer la gracia y el poder de Jesucristo… Pedro significa "roca", pero, por su carácter, era irascible, podía fácilmente caer presa del miedo, era colérico y al mismo tiempo débil y tierno de corazón… llamarlo "roca" a los ojos de los hombres podría parecer francamente irónico”

En el fondo, apuntaba Ratzinger con su agudeza única, “en sí mismo Pedro es sólo una piedra, una pequeña piedra lo suficientemente grande como para hacer tropezar a los distraídos”. Y sí, unos han tropezado con cosas de Juan Pablo, otros con cosas de Benedicto, y ahora, otros, con cosas de Francisco. Pero gracias al Señor, cada uno de ellos, como sucesor de Pedro, ha sido para la Iglesia roca.

Francisco es ahora esa roca, no como a cada uno le podría gustar, pero es que, precisamente, reconocer el papado es reconocer el poder vencedor de la gracia de Cristo que obra por medio de hombres pobres y limitados. Esto es parte de abecedario de nuestra fe católica antes, en medio, y después de cualquier discusión. Y es necesario recordarlo ahora, como han hecho hoy nuestros obispos.