Foto de un viejo vagón de tren detenido en una estación y cargado de hombres que viajan sobre el techo. El vagón pintado de ese verde ferroviario de los antiguos expresos. La pintura está gastada y la chapa aparece debajo de varios desconches. En la foto tres ventanas sin cristales, una con la persiana echada, las otras dos abiertas. Por las ventanas abiertas, sobre un fondo negro, se asoman un padre con un bebé en brazos y un muchacho nostálgico que mira hacia el infinito porque acaba de leer un poema o porque tiene ardor de estómago. Y en el techo del vagón trece hombres, doce jóvenes y una maduro y entrecano. El maduro viste un traje tradicional y calza sandalias. Los jóvenes van descalzos y con pantalones vaqueros. Todos están sentados tranquilos, relajados, algunos sonríen, otros se rizan los pelos de la barba, uno de ellos fuma y da una calada intensa y profunda. Podrían estar en una tetería, en una terraza, en la plaza del pueblo. Viajan sin pagar billete para volver a casa unas horas porque en su país se celebra una fiesta parecida a la Navidad. Y cuando vayan acercándose a su pueblo irán poniéndose más erguidos y cuando bajen del tren empezaran a caminar dándose importancia para hacer ver a todos que el que se va a la capital se transforma y gana confianza en sí mismo. Y el que vigila de noche una obra dirá que manda más que el arquitecto, y el que es maestro dirá que le falta poco para llegar a Maestro, y el que comparte piso con 20 más contará que vive en el mejor barrio y el que tiene un sueldo miserable derrochará en la taberna. No lo hacen por mala fe , solo quieren contar una historia bonita, una bonita historia de la que ellos son los protagonistas.