La foto que me ha llamado la atención hoy vuelve a ser una foto de agencia. Las protagonistas del retrato son cuatro mujeres que caminan por un sótano. Las paredes están sucias, el suelo es de cemento. Al fondo se ve un poco de luz natural, una luz muy tímida. Las cuatro mujeres acaban de dar un pequeño rodeo porque en el suelo hay instalados un par de camastros. La primera y la cuarta mujer van de calle. La segunda y la tercera, las más jóvenes, parece que acaban de salir de la cama. Las dos visten con batas rosas, son batas domésticas. Debajo del cinturón de las dos batas las chicas tienen tripas grandes y redondas. Pronto van a verle la cara al hijo con el que hablan desde hace nueve meses. La segunda mujer, la primera chica, es pelirroja. Con una mano sostiene algo de ropa y con otra se cierra la bata para no tener sorpresas. Está ensimismada, en su gesto hay algo parecido a la resignación. La tercera mujer, la segunda chica embarazada, es rubia. Tiene la cara muy redonda. No lleva nada en las manos y esboza una sonrisa. Una sonrisa cuando está a punto de dar a luz a su hijo bajo tierra, Una sonrisa cuando en su ciudad, Odesa, la fúnebre lotería de las bombas no deja de repartir muerte. Quién sabe por qué sonríe la chica que avanza por un pasaje subterráneo. Quizás le acaban de gastar una broma para rebajar la tensión, quizás, de pronto, ha recordado juegos de la infancia. Quizás alguien le acaba de decir que está muy guapa. La madre, la chica, de Odesa deja claro que en cualquier momento puede asaltarte una alegría. Incluso en el sótano de una ciudad bombardeada la alegría se las compone para organizar una emboscada.