
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La foto que me ha llamado la atención la he visto en el diario El Mundo. Está tomada en unas de las ciudades que me han cautivado el corazón. Solo estuve algunas días en Alepo, cuando la guerra todavía arreciaba y las calles eran un purito escombro, pero sus gentes conquistaron las entretelas de mi memoria. Frente a frente, en la foto, un enfermero y un niño en un pasillo de un hospital. El enfermero, rubio, muy peinado, hinca una rodilla en el suelo. La otra rodilla es de metal, como la otra pierna. El enfermero vive con una ausencia, se despierta a menudo por la noche después de soñar que la pierna de siempre, la de carne y hueso está donde estuvo siempre. Ahora es un enfermero con la pata de palo, bueno de metal, que para el caso es lo mismo. El enfermero le remanga el pantalón y le ajusta al niño su pata de palo, porque también el infante sufre una ausencia debajo de la rodilla. El enfermero es delicado, el niño se deja hacer. Los dos se entienden a la perfección, casi sin hablarse. Podría no ser así, porque el dolor no siempre une. A veces separa más. Pero al chico pequeño y al chico mayor de la foto les ha hecho entenderse. La ausencia de una pierna es mucha ausencia, pero bien mirado, los que estamos enteritos, en realidad nunca estamos enteros del todo. Somos nuestras ausencias, incluso en el momento más luminoso, en el momento de más contento siempre hay una sombra de algo, de alguien, de una parte de nosotros mismos que falta. ¿De qué ausencia serán estas ausencias que? Los dos chicos de la foto se entienden en lo que les falta, quizás no haya otro modo de entenderse.



