La foto que me ha llamado la atención la publica hoy la Vanguardia. Es el retrato de dos gorriones, dos intendentes, del desierto. Posan ligeros sobre un motón de paja seca. Son macho y hembra. El macho, con el pecho de nieve, viste con pajarita y antifaz negro, el chaqué y el sombrero, grises. La hembra, también de blanco, tiene una melena de color tabaco y una garganta que parece que va a entonar un aria. Leva la pareja una pluma elegante, mira atenta, vigila con sus ojillos, alfileres negros. Estos que aquí vemos, apenas un suspiro, han sido peces que se atrevieron a salir del agua, han sido grandes y enormes dinosaurios, han sido monstruos torpes y zampones y ahora saltan y vuelan con la elegancia de los grandes discretos. Sus primos vinieron a nuestras ventanas cuando estábamos enclaustrados, cuando la ciudad callaba, cuando la tristeza y la angustia eran las señoras de las casas selladas. Sus primos, más oscuros, más rellenitos, saltaban en nuestro alfeizar y de aquellos alfileres negros colgamos las escasas sonrisas de aquellos días. Sus primos, en las ventanas, discretos traían una alegría sencilla, elemental. Caerán estos gorriones de la foto o sus primos en un cepo, y al verlo sabremos de lo terrible que es el poder más que leyendo cien libros. Caerá uno de estos gorriones al suelo muerto y lo recogeremos en el cuenco de la mano y sabremos cómo ese cuerpo liviano, sencillo, ese cuerpo de intendente alegre pesa como pesa un mundo entero. Tanto pesan esos alfileres negros, esa pluma elegante que tienen un aliento eterno. Escucha la Foto del Día con la que Fernando de Haro te describe una realidad distinta.