Diego Garrocho: "Sin personas a las que admirar, no seríamos una sociedad más igual, sino una sociedad carcomida por la indiferencia"
El profesor de Filosofía, Diego Garrocho, defiende la admiración como virtud moral esencial y fundamento de la excelencia personal, educativa y social

Madrid - Publicado el
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Pues la admiración es una de las experiencias morales más sofisticadas que tenemos, y hay una acepción que vincula la admiración con la sorpresa. Nos admiramos cuando nos maravillamos ante algo, ante un fenómeno natural o ante un edificio imponente. Platón, en el Teeteto, diría incluso que la filosofía parte de esa sensación de asombro.
Sin embargo, creo que la admiración más profunda es la que profesamos a otras personas. La admiración es, en primer lugar, una maravillosa cura de humildad. Admiramos a quienes son mejores que nosotros, y es quizá la forma más noble que tenemos de relacionarnos con la excelencia. Quien admira no envidia. Quien admira ajusta su ideal al ejemplo de una persona concreta y reconoce de forma sincera su propia inferioridad. Admirar es constatar que hay quienes son mucho mejores que nosotros.
La admiración es también clave en nuestro proceso educativo. Por eso es importantísimo tener profesores a los que admirar, y por eso casi debería ser un derecho que todo niño contara con unos padres a los que poder mirar y observar con admiración.
La semana pasada, el rey Felipe VI concedió sus primeros títulos nobiliarios a Rafa Nadal, a Luz Casal, a Teresa Perales y a Jaime Alfonsín. Algunos se pusieron estupendos y criticaron los nombramientos, considerando el gesto anacrónico o innecesario. Y quiero romper una lanza en favor de esta decisión del rey, pues creo que en un contexto civil tan degradado cobra especial sentido que, de forma oficial, se reconozca la excelencia de algunas personas.
Un título de nobleza no es más que un reconocimiento honorífico, pero pobre de aquella comunidad que no sea capaz de distinguir a sus mejores. Sin personas a las que admirar y sin reconocimiento de excelencia, no seríamos una sociedad más igual, sino una sociedad carcomida por la indiferencia.