Diego Garrocho: "Ninguna autoridad podrá inmiscuirse en nuestros planes de vida, en nuestros valores o en nuestros propósitos"
El profesor de Filosofía, Diego Garrocho, plantea que el liberalismo se centra en priorizar la libertad individual

Madrid - Publicado el - Actualizado
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Pues con frecuencia escuchamos la palabra liberal, pero, a fuerza de repetirla, da la impresión de que ha perdido parte de su significado. Ilustres pensadores como Benjamin Constant o John Locke podrían definirse como liberales, y en el mundo contemporáneo personas tan distintas como Javier Milei o Michael Ignatieff también se identifican con esta etiqueta. Por lo tanto, cabe preguntarse si existe algún parecido de familia que permita agrupar bajo un mismo concepto a figuras tan diversas, tanto en el plano político como en el plano filosófico. La confusión se acentúa si analizamos el término en distintos idiomas. En inglés, liberal suele referirse a alguien más o menos de centro izquierda, mientras que en español a menudo se asocia con posturas de centro derecha.
Lo primero, y quizá lo más evidente, es que un liberal considera la libertad como un valor prioritario. Y digo prioritario, no absoluto, porque incluso los liberales clásicos reconocen que deben existir ciertos límites para el ejercicio de la libertad individual.
Ahora bien, sé que la palabra libertad también es ambigua. No es igual de libre quien cuenta con amplios recursos económicos que quien vive en la miseria. Por eso creo que una forma clara y útil de distinguir a un liberal de quien no lo es fue formulada por John Stuart Mill en el célebre ensayo de 1859 que lleva por título Sobre la libertad. Para Mill, la única justificación válida para restringir la libertad de una persona —y se refería sobre todo al poder político— es evitar que cause daño a otros. Fuera de ese principio, cada individuo tiene derecho a desarrollar y promocionar su propio ideal de vida como mejor le parezca. Por eso toda persona debe estar protegida en su intimidad frente a la injerencia de cualquier gobierno o de cualquier mayoría que quiera imponerle cómo debe vivir. Desde un punto de vista liberal, ninguna autoridad podrá inmiscuirse en nuestros planes de vida, en nuestros valores o en nuestros propósitos, siempre y cuando, evidentemente, nuestras decisiones libres e informadas no generen daños a otras personas.
Ahora bien, todavía podríamos preguntarnos: ¿debe entonces el Estado promocionar determinados tipos de virtud? Pero esta pregunta la dejamos para otro día.



