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Bustos: “Ella sola se fue colocando en un cepo de afirmaciones categóricas”

Jorge Bustos trae a 'La Linterna' el 'Bueno, el feo y el malo' de la semana: Felipe VI, Cristina Cifuentes y Carles Puigdemont

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Jorge Bustos en los estudios de COPE

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 22:15

Este sheriff se fue de vacaciones en Semana Santa y esperaba encontrarse a su regreso algo de alegría pascual en la política española, pero es como si se hubiera prolongado la semana de dolor. Últimamente solo se producen noticias entre catastróficas y fúnebres tanto para la estabilidad política como para la integridad territorial de España. Pero antes de sumirnos en esas tinieblas, vamos a empezar por la esperanza que emana del único hombre público español que todavía no nos ha decepcionado.
 

El Bueno: El Rey Felipe VI

El Rey es de lo poco sólido que nos va quedando en medio de la tormenta. Y en esa tormenta hay que incluir esta semana a su propia esposa, que como sabe ya todo el planeta y parte de la galaxia, cometió la estupidez notoria de interponerse maléficamente entre los fotógrafos y la entrañable escena de una abuela deseosa de una foto con sus nietas. Esas niñas a las que Doña Letizia se obsesiona en proteger hasta del contacto con uno de los pocos modelos intachables de conducta que hay en la Familia Real: Doña Sofía. El otro es Don Felipe, que contempló la escena entre atónito y abochornado y trató de poner paz en el conflicto. Suponemos que la bronca continuaría en casa, pero de esa no nos enteramos porque Felipe VI sí posee ese sagrado sentido de la ejemplaridad que nunca descansa y que hasta le fecha le ha permitido evitar a ojos del pueblo el más mínimo comportamiento improcedente, por más que en todas las familias haya nueras y suegras que parezcan israelíes y palestinos. Si hay una familia en que el conflicto no puede publicitarse, esa es la Real. Por eso le mandamos desde aquí nuestro apoyo a Don Felipe, sabedores de los muchos frentes que dentro y fuera de las fronteras de Zarzuela debe enfrentar cada día, a fin de sostener la exigente cruzada de ejemplaridad que desea para su reinado. Se lo valoramos, Majestad. Mucho ánimo.
 

La fea: Cristina Cifuentes

La mujer que buscaba un máster sobre seguridad ciudadana y que acabó haciendo otro sobre inseguridad personal. Ella sola se fue colocando en un cepo de afirmaciones categóricas que las informaciones periodísticas le fueron desmintiendo, por la sencilla razón de que la premisa de toda su defensa era falsa: nunca hizo ese máster, y para que constase que sí, hubo que falsear documentos oficiales. Lo que empezó como una tentación consentida para engordar el currículum con humo sellado dio paso a una mentira en sede parlamentaria y horas después a una apertura de diligencias por un delito de falsedad documental. El intento desesperado de la universidad responsable por salvar su dañado prestigio obligó en tiempo récord a los académicos a levantar las alfombras y reconocer la “reconstrucción del acta”, coqueto eufemismo que oculta un fraude vergonzoso. Desde ese momento, Cifuentes, que ha sobrevivido a tantas cosas, quedó políticamente sentenciada. No será posible dilatar por mucho más tiempo la asunción de su responsabilidad ni desviar la atención. En la convención sevillana del PP comienzan a agotarse los ejemplares de Marca.
 

El malo: Carles Puigdemont

El malo de siempre al que algunos quieren hacer bueno. Y no me refiero ahora a los indepes que lo tienen por caudillo de Cataluña en los días eufóricos y por tapón peludo que bloquea la investidura en los días malos. Me refiero a un juez provincial de un estado de Alemania en cuyas inconcebibles manos, tras una serie de desdichadas carambolas, terminó quedando nada menos que el destino de la unidad de España. Este señor ha absorbido en 48 horas los miles de folios que integran el sumario preparado pacientemente por los más altos tribunales de la Justicia española, y ha fallado en sentido contrario, con dos cojones rubios. Unos jueces, los nuestros, por el personal criterio del teutón han quedado relegados a la condición de hechiceros africanos, indignos de ser tomados en consideración por las civilizadas entendederas del norte europeo. El precio de esta decisión se nos antoja tan incalculable, el abandono de Europa a su socio español tan doloroso, que ni siquiera avistamos las consecuencias. Lo que sí sabemos ya son dos cosas: que la Unión Europea es un fracaso como espacio jurídico compartido, pues el mismo país que prohíbe los partidos independentistas y los referéndums de autodeterminación los tolera si afectan a un país socio; y dos, que los españoles no le van a perdonar a este Gobierno este fracaso. Le perdonará otros, pero no haber sabido proteger la unidad de España dentro y fuera de nuestras fronteras, eso sí que no. Y lo peor es que de Sevilla no va a salir un miserable instante de autocrítica.

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