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Natxo de Gamón: "Qué bello cómo la Iglesia, unida, acompaña a Ratzinger en los momentos finales de su vida"

El presentador de 'La Linterna de la Iglesia' analiza la figura de Benedicto XVI ante el empeoramiento de su estado de salud

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Natxo de Gamón
@NatxodeG

Redactor de Religión

Madrid

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 01:25

Todas las miradas están fijas a esta hora en el Monasterio Mater Ecclesiae, en el centro de los Jardines Vaticanos. Allí vive los últimos momentos de su vida Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, el Papa emérito desde que, hace casi una década, tomara la decisión de renunciar al Ministerio Petrino. Un hecho que costó comprender a muchos, pero que nos habla de la tremenda humildad con la que Ratzinger había asumido este servicio a la Iglesia.

Desde que, este miércoles, el Papa Francisco nos pidió a toda la Iglesia que nos uniéramos en oración ante el empeoramiento del estado de salud de Benedicto XVI, son cientos las muestras de apoyo que están llegando desde todos los rincones del mundo. Qué bello es ver cómo la Iglesia, unida, acompaña a Joseph Ratzinger en los momentos finales de su vida.

Con 95 años, es difícil simplificar en unas breves palabras la importancia de su pontificado y de su pensamiento. Ratzinger es uno de los intelectuales católicos más importantes del siglo XX. Sin sus escritos es más complicado entender la renovación en la tradición que supuso el Concilio Vaticano Segundo.

El Papa emérito ha hecho grandes aportaciones en el terreno del ecumenismo, del diálogo interreligioso y, sobre todo, del diálogo entre fe y razón... todos ellos son temas que han preocupado a Benedicto XVI, y a los que ha dedicado gran parte de su tiempo y de su estudio.

La teología ha marcado su vida. La hoja de ruta de su Pontificado fue poner la Iglesia al servicio de la Verdad a través de la Caridad, como decía en su primera encíclica, Deus Caritas Est.

Hoy, que celebramos la Jornada de la Sagrada Familia, quiero rescatar una frase del discurso que dirigió a la Curia Romana en la Navidad del 2012: “En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre”.

Una sentencia que, desde luego, nos tiene que hacer pensar, porque parece escrita para el tiempo que nos ha tocado vivir, en el que se quiere diluir la institución de la familia como si fuera una relación humana más, cuando la familia, bien entendida, es esa primera sociedad, a pequeña escala, en la que uno es querido por el mero hecho de existir, es aceptado... donde los débiles no son arrinconados, al contrario, son protegidos y defendidos. La célula básica de la sociedad, a imagen y semajanza de lo que fue la Sagrada Familia.

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