La normalidad, vivida desde el amor, nos ayuda a ser conscientes de la belleza de lo cotidiano

Escucha el monólogo de Irene Pozo en La Linterna de la Iglesia

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Qué tal, muy buenas noches. Cuenta atrás para el final del verano: un verano que empieza a recogerse poco a poco y nos va preparando para el regreso. Han sido semanas de sol, de aire libre, de paisajes distintos a los de cada día. Para muchos, tiempo de descanso, de desconexión, de frenar el ritmo acelerado del año y simplemente respirar. 

Un verano que, seguramente, ha sido además un tiempo de reencuentros: con la familia, con amigos de toda la vida, con los lugares que nos traen paz y recuerdos… Y, por qué no, de encontrarse con uno mismo. Porque el verano también es un tiempo propicio para hacer balance y mirar hacia dentro, y dejar que Dios nos hable en lo sencillo: en una puesta de sol, en una conversación sincera o, simplemente, en el silencio sereno de una tarde sin prisas.

Al mismo tiempo, no podemos olvidar a quienes no han podido tomarse vacaciones: a los que han seguido trabajando, cuidando de otros, sosteniendo lo invisible. También ellos han vivido el verano; tal vez no con descanso exterior, pero quizás sí con esos momentos robados al día para sentarse, orar o, simplemente, agradecer. Porque Dios no se toma vacaciones y se hace presente también en el esfuerzo y en la entrega silenciosa.

Aunque es verdad, y no pasa nada por reconocerlo: a veces, en verano, también nos alejamos un poco de la fe. Nos relajamos tanto que se nos olvida que Dios ha estado caminando a nuestro lado, presente en esos momentos sin prisa o en el esfuerzo y la entrega silenciosa. Y ahora, con la vuelta a la rutina, Él nos vuelve a llamar y nos invita a caminar con Él en lo cotidiano, a redescubrir su presencia en lo sencillo.

Vuelven los horarios, el despertador, las mochilas preparadas por la noche, los atascos, las reuniones, los compromisos… Y puede que, al principio, se haga un poco cuesta arriba. Pero, si somos capaces de ver en cada cosa que hacemos una forma de amar, de servir, de construir… todo cambia.

Volver a la normalidad no es solo regresar a casa, al trabajo o al colegio: es volver al lugar donde cada uno tiene una misión, donde cada gesto cuenta, donde podemos aportar lo mejor de nosotros.

Porque la vida no se construye solo en los grandes momentos, sino en lo cotidiano: en ese café que preparas con cariño por la mañana, en esa paciencia con la que escuchas a un compañero de trabajo, en esa llamada que haces a tus padres o en ese abrazo al final del día.

Dios también habita en la rutina, en lo simple, en lo pequeño. Volver a la rutina es volver a cuidar, a ofrecer, a entregarse. Es una nueva oportunidad para crecer como personas, para transformar la sociedad empezando por nuestro entorno más cercano. Es volver a ser instrumentos de Dios en medio del mundo.

Así que sí, toca volver con esperanza, con los ojos abiertos y el corazón dispuesto. Porque la normalidad, vivida desde el amor, nos ayuda a ser conscientes de la belleza de lo cotidiano. Y eso no solo nos hace encontrarnos con los demás, sino también con Dios.

Escuchas La Linterna de la Iglesia. Soy Irene Pozo. Hoy es viernes, 5 de septiembre.

Visto en ABC

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