"El Belén nos enseña que Dios actúa en lo cotidiano"

Escucha el monólogo de Irene Pozo en 'La Linterna de la Iglesia'

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Se acerca la fiesta de de la Inmaculada, un día en el que muchas familias aprovechan para montar el Belén en casa. Parece un gesto sencillo, pero tiene un gran significado. El Belén no pasa de moda, es mucho más que una tradición que va de generación en generación. Es como un pequeño Evangelio doméstico que se nos cuela en casa para recordarnos quienes somos y hacia dónde caminamos.   

El hecho de montar el Belén nos hace mirar la historia de la salvación en miniatura, hecha de barro, de corcho y con una luz tenue. Nos enseña a contemplar y en estos tiempos tan veloces, aprender a contemplar es casi un acto de resistencia. Resistir al ruido. A las prisas. A la dispersión. Y dejar que, en medio de nuestras manos, vuelva a brotar el asombro.

Porque al contemplar cada figura, recordamos lo que realmente celebramos en Navidad: que Dios se hace pequeño, que se acerca a nuestra historia, que entra en nuestras oscuridades para llenarlas de luz.

Y eso es, en el fondo, lo que el Adviento quiere regalarnos: esperanza. Una esperanza que no nace de nuestras fuerzas, sino de la certeza de que Dios viene. Viene a nuestra vida concreta, con sus heridas y sus cansancios; viene a nuestros miedos, a nuestras noches, a nuestras preguntas sin respuesta. Viene para quedarse.

Es un tiempo que nos deja también un mensaje de consuelo para quienes hoy lo están pasando mal. Para los que viven una enfermedad, para los que luchan con la soledad, para los que han perdido a alguien, para quienes sienten que el futuro pesa más de lo que pueden sostener.

Precisamente por ellos, el Belén se convierte en un abrazo silencioso. Porque en ese Niño frágil se esconde una promesa fuerte: la promesa de que Dios no abandona, de que acompaña, de que vuelve a encender la luz incluso cuando el camino parece más oscuro. Allí, en el pesebre, encontramos un refugio donde descansar el corazón y recuperar la fuerza para seguir caminando.

Y quizá esta Navidad pueda ser ocasión para que cada uno de nosotros seamos también señal de esa esperanza a través de pequeños detalles -un abrazo, una llamada, una visita- que hacen visible la ternura de Dios.

Al final, el Belén nos enseña que Dios actúa en lo cotidiano. Que lo grande empieza en lo pequeño. Ojalá que sepamos contemplar el misterio con ojos limpios para que nuestro corazón esté siempre dispuesto a esperar, a consolar y a acompañar. Y que la Inmaculada, con su sí lleno de confianza, nos acerque al misterio de un Dios que viene a traernos esperanza, precisamente allí donde más la necesitamos.

Visto en ABC

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