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Los barquilleros, una profesión al borde de la extinción

Los barquillos gustan a todo el mundo. Son ligeros, están deliciosos y pueden comerse en cualquier parte, incluída la playa. Hoy, en 'Herrera en COPE' hablamos con uno de ellos

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Redacción Herrera en COPE

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 12:57

En alguna ocasión hemos estado en la playa y hemos escuchado a esas personas caminar por la playa. Se venden helados, camarones, refrescos... y en Avilés también se venden barquillos. Tal y como lo lees, barquillos.

Guillermo Pelayo es conocido en la Playa de las Salinas, en Avilés, como “Pelayín el Barquillero”. Se trata de la cuarta generación de su familia dedicada a la fabricación de barquillos, más de cien años de historia. Guillermo comenzó en el negocio con su padre cuando solo tenía diez años. A día de hoy, con 59, lo sigue haciendo con la misma ilusión con la que lo hacía de niño. Cada día se levanta a las cuatro de la mañana para fabricar sus barquillo. Cuando termina, los guarda en su bombo rojo y sale por la playa a venderlos por setenta céntimos.

Esta mañana, en 'Herrera en COPE', hemos tenido la oportunidad de hablar con Guillermo. Nos ha contado que cada día hace entre 250 y 300 barquillos. Suele terminar entorno a las doce de la mañana y se marcha a la playa para venderlos. Si bien para muchos de nosotros lo más complicado puede ser soportar el calor, Guillermo cuenta que al final te acostumbras, y que de hecho pasa aún más calor “por la mascarilla” que por la ropa, ya que él mismo nos ha contado que si sabes elegir la ropa adecuada, “quita calor”.

A diferencia de cómo lo hacía su padre o su tío -que tenían canciones que servían para identificarlos”, nos ha dicho que a él “no le hace falta gritar”.

Afectado por la pandemia del coronavirus

Como ha ocurrido en todos los sectores de la economía de España, Pelayo también ha notado las consecuencias del coronavirus en las playas. Nos ha dicho que ahora mismo está “pasándolo un poquito mal” pero que “hay que llevarlo”. Sin embargo, sí ha notado que hay menos gente en las playas.

“Después de cincuenta años pateando la playa, sé dónde está la gente y este año falta mucha gente” ha afirmado Guillermo en COPE.

Sobre el bombo en el que guarda sus barquillos, ha contado que suele pesar “unos 38 kilos”. Se levanta a las cuatro de la mañana, a la una menos cuarto comienza a venderlos y generalmente termina a las cinco o las seis, cuando los ha vendido. Guillermo ha confesado que las jornadas son “muy largas”, especialmente “en verano”.

Le ayuda su mujer que unta los barquillos, pero él se encarga de todo lo demás: los hace, los corta, los prepara y los vende. Nos ha contado que sus hijos están estudiando que “hará todo lo posible para dejarlos algo”.

Para terminar, ha lamentado que queden tan pocos barquilleros -por no decir casi ninguno-. Sin embargo, ha declarado, orgulloso, que para él este oficio es su vida.

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