Entre las ansias de poder de uno o unos, la lengua viperina de otros y las machaconas bravatas de unos terceros, nuestro gobierno está consiguiendo, al actuar como espantaeconomía – versión “ad hoc” de espantapájaros pendiente de refrendo por la Real Academia - aquello que quizá deseara el peor de nuestros enemigos: socavar nuestra economía, asustar al capital, poner el miedo en el cuerpo a los empresarios y que la ciudadanía tema por sus ahorros…, lo cual, más que ser un mérito indiscutible constituye demérito incalificable si se piensa en el bien de la economía española. A los hechos me remito.

Desde marzo, han huido de España 22.000 millones de euros, según la balanza de pagos del Banco de España. O sea, dinero que estaba aquí ha viajado, legalmente, a territorios foráneos, lo que cabe interpretar como que ahorros de patrimonios españoles, ante la pérdida de confianza, buscan refugio allende nuestras fronteras, en rincones apacibles y no perversos. En esa salida influye tanto el funesto acontecer económico como esas proclamas políticas de socializar el ahorro y nacionalizar empresas, con el permanente runrún de subidas de impuestos a rentas altas y patrimonios elevados en tiempos muy revueltos.

Y ese desdibujado contexto que quienes mandan pincelan, entraña otro perjuicio adicional: en el plano internacional preocupa ese afán desmesurado por parte del Gobierno al control público de la economía española, con el sector público creciendo en importancia como lo demuestra que el gasto público en 2020 sea, como mínimo, del 51,5% del PIB