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Luis del Val:"Barcelona es ejemplo de sosiego, donde es normal que los ciudadanos arrojen basura a la Policía"

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Luis del Val

Colaborador

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 10:00

Imagínense al presidente del Consejo de Administración de un banco importante, reunido con los empleados de seguridad de las sucursales bancarias de una zona, agradeciéndoles la paciencia mostrada en los atracos sufridos, su satisfacción porque entre los atracadores no haya habido ninguna víctima, e instándoles a tener paciencia, porque parece que la ola de atracos va a continuar, quizás con menos intensidad, pero no ha acabado. Esa impresión me produjo el presidente del gobierno en funciones, en funciones electorales, dirigiéndose a los sufridos agentes de orden público, que tienen a más de trescientos compañeros heridos, debido a que las consignas del gobierno son, que, sobre todo, no se haga demasiada pupa a los atracadores, perdón, quiero decir a los manifestantes.

Los términos normalidad y tranquilidad están degenerando hasta el límite de lo ridículo. Hoy, en su artículo de ABC, Rosa Belmonte, que cada día está más finamente irónica, textualiza estas palabras escuchadas por televisión: “Los manifestantes lanzando basura de manera pacífica por encima de las vallas; de momento está todo tranquilo”. Vamos, que Barcelona es el ejemplo de sosiego de cualquier ciudad europea, donde es absolutamente normal que las comisarías de policía están protegidas por vallas, que las calle estén cortadas, y que los ciudadanos arrojen bolsas de basura por encima de las vallas. Lo normal de un día cualquiera en Roma, en París, en Viena o en Berlín. Esta degeneración es de tal calibre que, como contaba Herrera esta mañana, un motorista que pretende avanzar con cuidado por un grupo de manifestantes para llegar a su trabajo, es increpado, insultado y golpeado por la multitud hasta que viene el mozo de escuadra o policía, detiene al motorista, y le pide la documentación, no sea que se vayan a enfadar estos pobre manifestantes que ya no arrojan adoquines.

Antes de la degeneración nos extrañaba que Otegui fuera la musa de los secesionistas, pero ahora ya admitimos con naturalidad que el abogado del Prófugo Puigdemont también, como Otegui, haya sido condenado por secuestro, y, ahora, sospechoso de blanquear dinero del narcotráfico. Pero es que, a la hora de elegir al líder del sindicalismo nacionalista, el sindicalismo fetén, han elegido a quién participó y fue condenado por asesinar a Bultó, poniéndole una bomba en el pecho. Vamos, que de toda esta cuadrilla va a resultar que el menos rufián es Rufián, al que ya empiezan a abuchear, porque la degeneración es imparable.

Pero lo que sí se puede detener es esta sangría de heridos entre las fuerzas del orden. Ni en Nueva York, ni en Londres, ni en Lisboa, ni en ninguna ciudad democrática, tras unas algaradas tan violentas como las que hemos presenciado, el número de policías heridos iguala al de manifestantes, siendo los policías los de mayor gravedad. Eso es insoportable. No pueden ordenar que los agentes restablezcan el orden público con una mano atada a la espalda. Les pueden pedir que aguanten insultos, que no pierdan la calma ante el escupitajo o la obscenidad de los gestos, pero no les pueden pedir a estos hombres y mujeres, que arriesgan su físico y su vida por protegernos, que la sacrifiquen por intereses políticos. No tienen derecho a ello. Ni el ministro del Interior, ni el presidente del Gobierno.

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