"Álvaro García Ortiz eligió comportarse como un peón de la estrategia del PSOE y de sus palmeros mediáticos"

Jorge Bustos analiza a las 6H la actualidad del día, marcada especialmente por la apertura del año judicial, el procesamiento del fiscal general del Estado y la ausencia de Feijóo

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Buenos días, Carlos, y bienvenidos a todos al amanecer de este viernes 5 de septiembre. Salvo en el Tribunal Supremo, hoy vamos a tener una jornada tranquila en la mayor parte del país con cielos poco nubosos. Eso sí, en Tarragona y en Castellón habrá chubascos y tormentas fuertes por la mañana que justifican la alerta naranja. En Canarias, nubes en el norte con probabilidad de lluvia y bajan las temperaturas en el Mediterráneo, pero suben en la zona del Cantábrico y en el Estrecho el protagonista será el viento. 

También situación bastante borrascosa en las estaciones de tren después de una tarde-noche caótica por la caída de los servidores informáticos en Madrid, que afectó también a la alta velocidad. Menos mal que el ministro Puente insiste en hablar del mejor momento de la historia del ferrocarril español. Eh, enseguida vamos a irnos a las estaciones madrileñas a echar un vistazo por allí a ver si creemos a Puente o a nuestros propios ojos.

Ha muerto el árbitro de la elegancia. Ha muerto Giorgio Armani. Yo no entiendo mucho de moda, la verdad, pero entiendo algo de palabras. Y leyendo las pocas entrevistas concedidas por Armani a lo largo de su larga y fecunda vida, es fácil detectar en sus respuestas el pozo del verdadero carácter y bastantes perlas de sabiduría. Armani fue un trabajador infatigable todo el día en el taller hasta el último día, dibujando con lápiz y papel a la vieja usanza artesana.

Perseguía el diseño de prendas atemporales que no pasaran de moda y también transversales, o sea, que pudiera vestir cualquiera. Huyó de la afectación en la que han caído aparatosamente tantos paisanos suyos del mismo gremio. Huyó del exhibicionismo, del histrionismo, de la horterada y por eso en la hora de su muerte todos le reconocen su magisterio de elegancia, de clasicismo, de sofisticación, que parecen cualidades estéticas, pero que en realidad son valores éticos.

Él decía que cuantos más años cumplía, menos cosas necesitaba. Decía también que a veces hay que llevar la contraria a las modas para que tus ideas terminen imponiéndose. Y decía esto también: Una donna stupida con un bel vestito rimane una donna stupida o un uomo intelligente con un brutto vestito, con un vestito può anche al momento intelligente vestito non esiste.

Creo que se entiende bien, pero te lo traduzco por si acaso. Una mujer estúpida con un vestido bonito se queda en mujer estúpida, o un hombre. Una mujer inteligente con un vestido feo, al principio puede alejarse, pero cuando descubres lo inteligente que es, el vestido deja de existir. En estos tiempos de presumidos digitales donde todo el mundo se esfuerza por parecer más vistoso que inteligente. Está bien recordar la vieja lección de Giorgio Armani, la vieja lección de que la verdadera elegancia es invisible a los ojos.

Y vamos a hablar de elegancia porque hoy a mediodía en el elegante convento neoclásico de las Salesas, en el centro de Madrid, se va a celebrar la solemne apertura del año judicial. Y eso va a estar lleno de gente elegante. El Rey llegará a la sede del Tribunal Supremo vestido de frac, luego se pondrá la toga y sobre ella el Gran Collar de la Justicia, que es una joya. El ministro Bolaños llevará al cuello el Gran Collar de la Orden de San Raimundo de Peñafort, que tampoco está mal, sobre todo para Bolaños. Vamos a ver mucha toga, mucho collar, mucha solemnidad.

Pero en ese salón forrado de mármol va a haber un tipo que va a dar el cante de su vida. Es el encargado de pronunciar el primer discurso, además, y en ese momento, a buen seguro, atraerá todas las miradas y todas, o casi todas, serán de reprobación. 

Álvaro García Ortiz, primer fiscal general imputado de la historia de España. Si nadie lo remedia de aquí a las 12, va a abrir el año judicial en el que él mismo será juzgado porque se ha negado a dimitir. Está a punto de sentarse en el banquillo por abusar de su poder para el derecho a la confidencialidad de un ciudadano particular. Por la única razón de que era la pareja de una adversaria política de Pedro Sánchez, que es, por cierto, el autor de la pregunta retórica más famosa de la década:

Y es verdad que todos los gobiernos han elegido a sus fiscales generales a dedo, ¿eh?. Lo que ocurre es que luego ese fiscal general elegido se supone que tiene vida propia o eso cabe esperar de él. Se supone que no es un mero guiñol del gobierno. Se supone que tiene autonomía intelectual y dignidad personal. Yo recuerdo, por ejemplo, el caso de Eduardo Torres Dulce, que le dimitió a Rajoy, que lo había nombrado porque se negó a dejarse mangonear por Moncloa y por el gobierno del PP.

Eso es autonomía y eso es dignidad. Y eso es elegancia también porque volvió a su puesto de trabajo y a su afición al cine sin presumir de nada. Pero la elegancia que da la independencia de criterio, se tiene o no se tiene. Y Álvaro García Ortiz nació para ser un guiñol. Nació para ser Fernando Galindo.

Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo, un lacayo del poder. Un apasionado mayordomo del matrimonio Sánchez-Gómez. Y esa pasión, pasión ideológica o pasión personal o ambas cosas, ha terminado por conducirlo al banquillo de los acusados. Y hablo del matrimonio Sánchez-Gómez porque vamos a recordar que la filtración de los datos confidenciales del novio de Ayuso por el que se investiga al fiscal general se produjo en el contexto de las informaciones que apuntaban a la posible corrupción de Begoña Gómez.

Moncloa quiso contrarrestar ese daño reputacional rebuscando las tripas del Estado, algo de munición para cambiar la conversación pública y para redirigir la atención contra el adversario. Y entonces alguien reparó en cierto empresario que tenía abierta una investigación de la Agencia Tributaria por no cumplir, según Hacienda, con el Impuesto de Sociedades. Todo esto antes de conocer a Isabel Díaz Ayuso, eh. "Empate", pensaron en Moncloa, y forzaron la máquina porque había que ganar el relato, en palabras del propio fiscal general.

Y ese fue su error porque, llevado del celo por complacer a su señor, Álvaro García Ortiz eligió comportarse como un peón de la estrategia del PSOE y de sus palmeros mediáticos. Así que presionó a los fiscales, que jerárquicamente dependen de él, para filtrar una nota de prensa que incluya datos confidenciales del empresario investigado. Y eso es un delito, un delito grave. Usar toda la maquinaria del Estado contra un particular solo porque la mujer del presidente está en apuros.

Pero lo peor no es eso. Lo peor es que cuando el ciudadano le denuncia y el Supremo se pone a investigarle, nuestro asustado fiscal general corre a borrar sus mails, a formatear su teléfono y a cambiarlo por otro. Es decir, se pone a borrar pruebas como un vulgar delincuente cuando la pasma le pisa los talones. Aunque eso sí, en ese momento actúa asesorado por los servicios de seguridad informática del Estado, o sea, jugando con ventaja.

¿Qué pasó por la cabeza de Álvaro García Ortiz mientras borraba todos esos mensajes? ¿Pensó en sus años de estudiante? ¿Se acordó del día en que se puso la toga por primera vez? ¿Cómo acaba un fiscal, o sea, alguien que consagra su vida a perseguir el delito, cometiendo presuntamente un delito él mismo? ¿Habrá lamentado a lo largo de estos meses la pasión sanchista que lo cegó?

Pues no parece, porque el hombre de la toga manchada se niega a dimitir. Su debilidad de carácter es tan evidente que se aprecia en sus gestos, en sus hechos, que ni siquiera es capaz de reunir el valor suficiente para presentarse delante de Pedro Sánchez y decirle que ya no puede más, que para defenderse mejor y para salvar la credibilidad de la Fiscalía ha decidido dar un paso al lado. Pero no, él aguanta lo que le echen mientras su amo le ordene aguantar. Aunque la mayoría de la carrera fiscal emita comunicados instándole a dejar de dañar el prestigio del Ministerio Público, a él le da igual. Mientras Pedro le apoye, Álvaro arrastrará la toga por el fango el tiempo que haga falta. Procesado y todo. Hará la croqueta en una ciénaga si hace falta con la toga puesta.

Y, sin embargo, todos los medios hablando de la ausencia de Feijóo. Unos dicen que hace bien en enviar una señal de protesta por el acoso del gobierno a los jueces y por la negativa de dimitir de García Ortiz. Otros afirman, también con razones, que es un desaire a las instituciones y al propio Rey. Yo me pregunto, ¿quién deja peor al Rey hoy? ¿El que se ausenta o el que lo obliga a compartir acto con un procesado? ¿No plantó Sánchez al Rey en el premio Cervantes para no escuchar los abucheos de la gente de Alcalá? ¿O en varios viajes diplomáticos a Hispanoamérica? ¿No intentó evitar Sánchez que don Felipe acudiese a Palpa y Porta para evitar estar con las víctimas de la riada?

Porque él no quería estar. Por supuesto que se le puede ir el máximo decoro institucional al líder de la oposición, por supuesto. Pero esas lecciones no pueden venir de ninguna manera de este gobierno.

En unas horas veremos lo que pasa en el salón del Supremo, lo contaremos aquí en Cope, pero desde luego el ambiente está caldeado. Eh, es lo que sucede cuando el poder ejecutivo le declara la guerra al poder judicial por investigar sus escándalos. Y es lo que sucede cuando se opta por reaccionar como un macarra en lugar de asumir con elegancia tu propia responsabilidad.

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