Antonio Agredano y las normas en casa: "Ahora soy yo el que riñe a mis hijos para que se terminen las lentejas u ordenen su cuarto"
El cronista de Herrera en COPE habla de esas reglas que imponen nuestros Fósforos en sus hogares.

Normas de casa, por Antonio Agredano | Crónicas Perplejas
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El que preside la mesa debe fregar los platos, dejar los móviles en el salón durante la noche, no comer dulces navideños hasta el 22 de diciembre... son muchas las normas que rigen en las casas de nuestros Fósforos y Antonio Agredano les pone voz y letra.
NORMAS DE CASA
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Normas de casa, por Antonio Agredano | Crónicas Perplejas
Es obligación de todo hijo ser un desastre. Amontonar la ropa en la silla. Las zapatillas tiradas debajo de la cama. Recoger la mesa entre quejas. Dejar las cosas siempre para mañana.
Luego es el tiempo, como casi siempre, el que va poniéndote en tu lugar. Y ahora soy yo el que riñe a sus hijos para que se terminen las lentejas u ordenen un poco su cuarto.
Todo en apenas un puñado de años. Casi en un parpadeo. Un nuevo hogar se construye con normas nuevas. Y descubro que no soy tan diferente de mi padre. Quien me lo iba a decir, cuando me tumbaba en la cama con el walkman en el pecho y sentía esa rebeldía hueca de la adolescencia. Contra todo y contra todos. Y cada norma era un suplicio y un enfado.
Madurar es hacer las paces con el mundo. Porque todas las vidas se parecen. Cuando regaño a mis niños a veces tengo que aguantarme la risa. Los veo y me veo. Sus excusas eran las mías. Sus torpezas. Su «un ratito más, papá», cuando les digo que apaguen la videoconsola. Y me obligo a ser inflexible. Porque quiero que sepan que la vida no es fácil. Que con orden llegarán más lejos. Que la pereza y el ruido sepultan muchos talentos. Que lo he visto. Que lo he vivido.
Ahora a veces digo cosas que me decían a mí. Como «esta habitación es una leonera». O «algún día me lo agradecerás». O «ni consola ni consolo, a la cama». Porque las normas también son cuidados. Porque somos lo que aprendimos en casa. Y pasan los años y entendemos que todo tiene un porqué. Crecer también es eso que hicimos a disgusto ante la implacable mirada de nuestros padres. Porque tanto amor hay en lo que se permite como en lo que se prohíbe. Pese a los resoplidos y los enfados.



