Los libros en verano, un pasatiempo también para los romanos.

Un domingo más, nuestro español más romano, Paco Álvarez, viene hasta Fin de Semana para convencernos de que no hemos cambiado nada en dos mil años.

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

2 min lectura

Como estamos en verano y los libros son un imprescindible para la playa o la piscina, Paco Álvarez nos habla hoy de los libros que se leían en la antigua Roma.

Nos ha sorprendido bastante cuando nos ha contado que, al igual que nosotros, los romanos también leían en verano y había librerías incluso calles o barrios, como el Argileto de Roma, donde se instalaban varios negocios que se hacían la competencia entre sí.

También nos ha explicado cómo eran las librerías y cómo funcionaban: en las fachadas se mostraban textos de las nuevas obras en venta, como si fuera un escaparate, o como hacen ahora en las webs invitando a leer las primeras páginas. Al no haber portadas, los libros tenían que atraer por su contenido o por su autor, si este era ya conocido.

Las librerías tenían ya los libros preparados, pues la mayoría eran de encargo. Si querías tener un libro, te atendía el librero (librarius) y lo encargabas, tardaban unos días o semanas en realizar el trabajo a mano, en papiro del bueno, enrollado en distintos rollos y guardado en un cubo de cuero con remaches, para proteger al libro de las termitas. Haciendo una estimación aproximada, sólo han sobrevivido el 6% de todos los libros que había en la Roma clásica.

Los libros, al igual que ocurre con algunos hoy en día, eran caros.Para que todo el mundo tuviera acceso a ellos, desde la época de Julio César se abrieron bibliotecas públicas en Roma y otras ciudades. Las mayores bibliotecas las inauguró Adriano, emperador hispano, que hizo una gran biblioteca con todas las obras en latín y otra con las obras en griego, se calculan que más de 200 000 títulos. En el siglo XIV, cuando se fundó la biblioteca de la Universidad de la Sorbona en París, no había más de 300 libros en ella.

Las impresoras claramente no existían, pero para ese problema también tenían los romanos una solución y , es que el librero tenía varios escribas copiando los libros a medida que se los encargaban o cuando alguien iba a presentar su nueva obra. Alguna de estas copias (a veces, afortunadamente, unas cuantas) es lo que se ha ido conservando a lo largo de los siglos, hasta que en el Renacimiento se imprimió la copia que se consideró mejor. Estos romanos eran unos auténticos genios y por lo que hemos podido aprender hoy, también unos grandes lectores.

Visto en ABC

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