Más allá de la pobreza material: el Congreso de Valencia redefine las pobrezas humanas en el siglo XXI
El V Congreso Internacional Pobreza y Hambre subraya la necesidad de un nuevo enfoque integral y humano frente a la pobreza, la exclusión y las crisis globales

El arzobispo de Valencia, D. Enrique Benavent, en un momento de su intervención en el Congreso
Valencia - Publicado el
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Desde Valencia, el V Congreso Internacional Pobreza y Hambre ha lanzado un mensaje contundente al mundo: la pobreza es mucho más que una carencia de recursos, es una herida en todas las dimensiones del ser humano. Bajo el lema “Diversidad, Integración y Universalidad”, el evento ha reunido a especialistas, académicos y agentes sociales para repensar las pobrezas del siglo XXI desde una perspectiva integral.
El director del Congreso y vicario de cultura de Valencia, Dr. José Luis Sánchez García, presentó unas conclusiones que invitan a la reflexión y a la acción. En sus palabras, “vivimos en una crisis sin precedentes, donde el modelo energético global en transición tiene consecuencias devastadoras, especialmente sobre los más vulnerables”. Por ello, insistió en que el acceso universal a una energía limpia y asequible es un derecho y una condición para ejercer la dignidad humana, y que las políticas energéticas deben estar centradas en las personas.

D. Jose Luis Sanchez García, vicario de cultura de Valencia y director del V congreso Pobreza y Hambre
Uno de los datos más alarmantes del congreso ha sido el aumento de la pobreza extrema a nivel global. “Después de décadas de mejora, la pobreza extrema volvió a crecer en 2020. Y si no actuamos, en 2030 casi 600 millones de personas vivirán en la miseria”. Ante esta realidad, los expertos proponen soluciones integrales: protección social, inversión en capital humano, justicia económica, resiliencia climática y cooperación internacional.
El hambre, la desnutrición y el desempleo fueron abordados como fenómenos interrelacionados. Según la Doctrina Social de la Iglesia, “resolver la miseria y el desempleo no es solo un acto de caridad, sino un imperativo de justicia”. En particular, se alertó sobre el estancamiento del desarrollo infantil por malnutrición: aunque los casos de retraso en el crecimiento han descendido en las últimas décadas, las consecuencias en el desarrollo cognitivo y laboral de los niños siguen siendo muy graves.
El Congreso también quiso ampliar el concepto de pobreza. “Existen pobrezas físicas, pero también intelectuales, morales y espirituales”, explicó Sánchez García. Este enfoque invita no solo a medir y referir las carencias, sino a reconocer y amar al pobre concreto, a la persona con rostro y nombre. Esta perspectiva humanista se une al llamado a una acción transformadora basada en el amor al prójimo y en el conocimiento.
En un mundo marcado por la polarización, los participantes reclamaron espacios de encuentro y diálogo. “Debemos salir de la cultura del bienestar cerrado y construir, desde el respeto mutuo, una sociedad más justa, solidaria y humana”. Esto exige involucrar a instituciones, empresas y ciudadanía en una verdadera movilización contra la indiferencia y la exclusión.
La inclusión social fue otro de los pilares abordados, con especial atención a colectivos como migrantes y personas sin hogar. “La inclusión debe hacerse desde el acompañamiento respetuoso a sus procesos vitales, no desde la imposición”, se indicó. Este enfoque se concreta en medidas como la defensa de los derechos humanos, el fomento de la economía solidaria, la atención personalizada y el diálogo cultural.
La educación se definió como la herramienta esencial para romper los ciclos de pobreza, especialmente ante el déficit de pensamiento crítico. “Educar no es un lujo, es necesario para formar personas libres, responsables y con sentido. Tenemos que educar para pensar, dialogar, crear y contemplar”, afirmó el vicario. En este contexto, la formación se presenta como un antídoto frente a una sociedad que promueve el consumo sin fin pero sin propósito.
Uno de los temas más impactantes fue el de las adicciones, consideradas como una pobreza existencial que esclaviza al individuo y destruye su libertad. “El adicto está en una cárcel sin salida si no recibe ayuda y acompañamiento. Es una forma de pobreza con raíces profundas que afecta a todas las dimensiones de la persona”.
Frente a estas pobrezas, el Congreso propuso recuperar el valor de las virtudes. “La liberalidad, como uso justo de los recursos, y la austeridad, como forma armónica de vivir, pueden ofrecernos caminos viables para afrontar la escasez sin caer en la desigualdad”. Estas actitudes, arraigadas en valores éticos, ofrecen alternativas más humanas y sostenibles.
Finalmente, se abordó la experiencia de la vulnerabilidad como lugar de verdad. “Cuando la vida rompe nuestros esquemas, descubrimos nuestra propia fragilidad y también la necesidad del otro. Ahí surge la esperanza, incluso el anhelo de Dios”. El congreso señaló que la pobreza religiosa, la incapacidad de encontrar sentido en la vida, es la forma más sutil y peligrosa de empobrecimiento.
En una era dominada por la inteligencia artificial y las tensiones geopolíticas, el Congreso cerró con una declaración de unidad: “Nos unimos al papa León XIV para hacer de la paz una realidad, donde la pobreza, el hambre y la exclusión no tengan lugar en la familia humana”.
El V Congreso Pobreza y Hambre ha marcado un antes y un después en la forma de comprender y afrontar la pobreza: no como una cifra, sino como una herida humana que solo se cura con dignidad, verdad, justicia y amor.